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Desde su independencia de España en 1821, México había sufrido una guerra civil latente entre conservadores y liberales. Tras años de guerra entre ambos bandos, las finanzas de México se encontraban en crisis, por lo que Benito Juárez tomó la decisión de suspender el pago de la deuda externa a Francia, España y Reino Unido. Posterior a la convención en Londres en 1861, estos tres países enviaron naves de guerra a México. Manuel Doblado realizó un excelente cabildeo con los representantes de España y del Reino Unido, quienes aceptaron los motivos de no realizar los pagos, por lo cual se retiraron de México; pero Francia no los aceptó, iniciando así los planes de invasión del país norteamericano.
Los conservadores solicitaron la intervención exterior y ofrecieron la corona de México a Maximiliano de Habsburgo, Archiduque de Austria, con el objetivo de que el nuevo emperador diera a las empresas francesas un trato preferencial, estableciendo así una zona de influencia en México. El imperio de ultramar en América era muy deseado por Napoleón III para frenar la importante influencia que ya tenía Estados Unidos, que en aquel momento se hallaba inmerso en una Guerra Civil.
Pero sus ilusiones imperialistas se verían frustradas al sufrir su primera derrota militar en cincuenta años, ya que el 5 de mayo de 1862, en la batalla de Puebla, el ejército mexicano, comandado por el General Ignacio Zaragoza, asestó una derrota al ejército francés comandado por el General Charles Ferdinand Latrille, conde de Lorencez. Esta victoria del ejército mexicano no solo sorprendió al mundo, sino que revitalizó el espíritu nacionalista de los mexicanos. Aún estaba viva la amenaza extranjera, ya que las tropas de Napoleón III entraban al país con el apoyo de los conservadores. Los liberales mexicanos resistieron mediante la guerra de guerrillas, una guerra de desgaste que a final de cuentas acabó con la intervención francesa. En París eran mayores las protestas de intelectuales, políticos opositores al régimen de Napoleón y los familiares de los soldados, que eran frecuentemente masacrados y sus cuerpos nunca devueltos.
Ante las derrotas infligidas por las guerrillas mexicanas, las tropas de Napoleón III se retiraron de México, y Maximiliano I sería fusilado en el Cerro de las Campanas, en Querétaro en 1867, junto con los generales Miguel Miramón y Tomás Mejía, ante la protesta de reyes y jefes de Estado. La repercusión de esta derrota sería importante para el Segundo Imperio.