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El transplante de la cultura occidental al continente americano fue un proceso complejo en el que tuvo un fuerte protagonismo el repertorio de imágenes transmitidas fundamentalmente a través de la pintura. La pintura mural y la realizada sobre tabla, lienzo o cobre a lo largo de los tres siglos en los que una buena porción de este continente formó parte del imperio español, fue uno de los vehículos más utilizados para la transmisión del ideario religioso y político en los que se asentaría la nueva sociedad.
A través de miles de cuadros de múltiples formatos –e incluso de otros tantos miles de grabados- se difundieron las claves de la nueva relación entre los hombres y el mundo sobrenatural y entre los propios hombres. Los neófitos aprendieron así el papel de las nuevas jerarquías, divinas y humanas, conocieron los nuevos modelos a imitar para cumplir con las leyes celestiales y terrenas, y, al apropiarse de estos discursos, elaboraron su propia versión de ese nuevo mundo al que se vieron abocados de buena o mala gana. En paralelo, quienes, desde su condición de detentadores de las inéditas verdades, convivían con naturalidad con las representaciones que formaban parte de su viejo mundo, reforzaban sus creencias y reconocían su lugar y el de los otros a través de las galerías de imágenes con las que cubrían los muros de iglesias y conventos, las instituciones políticas más relevantes y los espacios domésticos, en los que ocupaban lugar privilegiado las devociones familiares y las que afianzaban ante los demás la importancia de los linajes.
En este contexto los pintores que viajaron al virreinato de la Nueva España desde diferentes puntos de España y Europa y los que, nacidos ya en tierras americanas, se inclinaron por la práctica de la pintura asumieron, consciente o inconscientemente, el papel de transmisores de los conceptos sobre los que se sustentaba la sociedad, al margen de lo depurada que pudiera ser su técnica pictórica en opinión de los más ortodoxos del arte de la pintura y de su vinculación con los movimientos que iban marcando la modernidad. Los pintores novohispanos van así configurando su propio discurso, temático y estilístico.