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Los egipcios tuvieron muy claro desde los tiempos más remotos que se enfrentaban a tres enemigos, en el Sur los nubios, en el Oeste los libios y en el Este los hititas y luego los persas. Todos fueron rivales y con el tiempo también se convirtieron en faraones.
En todo Egipto se repiten en los muros de templos y palacios escenas muy similares: el rey con una maza aplasta a los enemigos del país, que se identifican con nubios, libios y sirios o hititas. El faraón se proclamaba vencedor una y otra vez sobre estos pueblos. ¿Pero fue así? No del todo.
Los nubios era un pueblo del África negra que habitaban –y todavía lo hacen hoy- en el sur de Egipto y el norte de Sudán. Hacia el año 1450 antes de Cristo el faraón Tutmosis III inició la conquista de Nubia, cuyos habitantes pasaron a la condición de siervos y más adelante se integraron en el ejército. En Nubia se montaron grandes construcciones palaciegas, destacamentos militares y templos. Entre ellos uno muy especial, llamado Gebel-Barkal, la Montaña de Amón, donde se suponía que habría nacido el Dios de Tebas. Tan importante fue el culto que se convirtió en el nacional del pueblo nubio, que en poco tiempo adoptó modos, religión e idioma egipcio.
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