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Las experiencias vividas bajo un prisma de alegría suelen ser las más básicas a la hora de despertar y proyectar el afecto entre personas u otras especies.
El vínculo entre madre e hijo/a es uno de los más fuertes por pura inercia biológica.
La necesidad de cariño es también una catapulta para desarrollar afecto y proyectarlo en el prójimo.
El miedo a una persona puede hacer que se desarrolle afecto para no enfrentarlo.
La compasión hacia el sufrimiento ajeno puede también despertar emociones de afecto con el ánimo de apoyar.
No obstante, conviene discernir entre emoción y sentimiento, pues el primero es dual y tiene su oposición (desprecio, odio o indiferencia), y el segundo es producto de una elevación de consciencia superior a la mente concreta.