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los autores explican que el Estado, como consecuencia de la existencia de unos poderes locales cada vez más fuertes, se está quedando sin territorio en el que ejercer adecuadamente sus funciones. Si su emergencia histórica se basó en la eliminación de las trabas feudales para poder dominar un espacio en manos de los señores, contemplamos hoy una realidad en la que puede advertirse una recuperación extemporánea de un sistema parecido al feudal. Con perfiles nuevos pero en el que se perciben rasgos del orden antiguo. Cambiaremos al noble por la barroca clase política autonómica y tendremos aquel proceso histórico resucitando entre nosotros en medio de espasmos intermitentes de frivolidad de un lado, afianzamiento de la influencia política de los señores territoriales hasta donde permiten las combinaciones parlamentarías y los acuerdo coyunturales de otro, apartamiento particularista -e insolidario- de la estructura común del Estado.
Para exponer esta situación los autores se han valido de cuatro ejemplos a los que han dado el molde narrativo de relatos del cementerio, de la luz, del agua y de los bosques.
¿Tiene este galimatías solución? La tiene pero nuestro sistema alberga la dificultad de carecer del ingrediente de una lealtad que debería ser “gozne del Estado”, confín de las buenas maneras político-constitucionales, más allá de las cuales se abre aquel en el que se entienden la sombra del desconocimiento o el germen del despropósito.
Desconcierto y despropósito que son los ingredientes que se pueden observar en los cuatro relatos que componen un libro como este, indispensable tanto para interpretar algunas claves de nuestro Estado, como para meditar sobre su ineludible reforma.
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no habria un lugar para gobernar y para eso se supone que es el estado
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