La Biblia ha sido, es y será el libro más importante para la humanidad. Entonces ¿por qué en el pasado se prohibió leerla? y ¿por qué este libro jamás pasará de moda?
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La Biblia llegó al Nuevo Mundo descubierto en 1492 con los primeros misioneros españoles1. Su influjo fue fundamental. No se puede entender el desarrollo del encuentro (y desencuentro) cultural de dos mundos tan distintos como lo fueron el español y el indio (tan variado y complejo éste) sin comprender el papel que jugó la Biblia como instrumento de comprensión y análisis de la nueva realidad. Pero no llegó de manera pura y aséptica sino acompañando, y a veces amparando, un proceso de descubrimiento que también fue de conquista en el que el «otro», el indio, casi nunca salió bien parado (Todorov, 1998). Por esta razón su influjo fue ambivalente, para lo bueno y para lo malo, según el uso que se hiciera de ella, como lo muestran dos episodios muy significativos de cuño muy distinto.
El primer episodio se sitúa en la isla de Santo Domingo, en el adviento de 1511, y su protagonista fue el dominico Antonio de Montesinos, cuyo sermón dominical, en el que denuncia a partir de textos bíblicos la violencia y opresión ejercidos contra los indios, provocó la ira de sus oyentes españoles2. El segundo episodio tiene lugar en 1533 en Cajamarca (Perú), y sus protagonistas fueron el también dominico, Vicente de Valverde, integrante de la expedición de Francisco Pizarro, y el Inca Atahualpa, jefe político y religioso del Imperio inca. Fray Vicente, con una Biblia (o quizá un breviario) en la mano, insta, tras una breve catequesis, al Inca a convertirse al cristianismo y a ser amigo tributario del Rey de España. Le entrega el libro a Atahualpa, pero éste, tras ojearlo sin entender nada de lo escrito, rechaza la propuesta y lo arroja contra el suelo3. El episodio es conocido, y la ambición de Pizarro y diversas intrigas propiciarán la ejecución de Atahualpa tras recibir el bautismo.
Estos dos significativos ejemplos muestran cómo la Biblia, al menos en un comienzo, fue ciertamente un instrumento de contradicción y de desencuentro entre ambos mundos y culturas. Y lo fue para unos y para otros. En ocasiones, para los mismos españoles cuando era leída con auténtico espíritu profético y evangélico, denunciando sus abusos injustificados de poder, como fue el caso del sermón de Montesinos. Pero también lo fue, y principalmente, para los indios del Nuevo Mundo, quienes inicialmente no la entendían, así como tampoco comprendían por qué debían abandonar la fe y creencias de sus antepasados para adorar a un Dios distinto ofrecido por los mismos extranjeros que les dominaban, como fue el caso de Atahualpa ante fray Vicente.
Fue a comienzos del siglo XVI cuando los jesuitas acuñaron el vocablo «misión», el cual, con el uso, fue adquiriendo un triple sentido, personal, operativo y territorial, de modo que los jesuitas reciben (1) un «envío» personal, que los lleva a (2) desempeñar una tarea al servicio de la propagación de la fe (3) en un determinado territorio. Durante el Medievo, el término missio o «misión» solamente significaba «empeño, esfuerzo, cuidado, gasto». Para nombrar la tarea de la Iglesia de propagar la fe se utilizaban expresiones como conversio infidelium (conversión de los infieles), praedicatio gentium (predicación de los pueblos), promulgatio Evangelii (promulgación del Evangelio), propagatio fidei (propagación de la fe), apostulatus (apostolado), labor evangelicus (labor evangélica), annuntatio evangelica (anuncio evangélico) y novella Christianitatis plantatio (nueva plantación de la cristiandad)4.
Pero, lógicamente, el cambio de nomenclatura no significó inmediatamente un cambio radical de metodología evangelizadora. Las conversiones masivas de indígenas al cristianismo durante el siglo XVI (en las que primero se bautizaba y luego se adoctrinaba), fueron de carácter muy similar a las conversiones masivas de otros pueblos de Europa, Asia y África habidas a partir del siglo IV d.C. y a las de los pueblos de Asia meridional y oriental en el siglo V. Y lo hicieron siguiendo el ejemplo de sus curacas o caciques, de igual modo que hicieran antaño los súbditos de Recadero, los pueblos bárbaros, los ortodoxos y las diversas iglesias de la Reforma5. Probablemente, las conversiones masivas de los indios americanos del siglo XVI fueron las últimas de la etapa histórica de las conversiones masivas, ya que después de ellas comienza la etapa de las conversiones individuales por las que primero se adoctrina y después se bautiza6.
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