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El investigador Daniel Sueiro afirmó que "la facilidad elemental de su aplicación y su carácter siniestramente exhibicionista, favorecieron su extensión y práctica". En sus comienzos, el ahorcamiento significaba estrangulación. En este sentido lo usaban los hebreos. Era el método más común, pero se aplicaba a los idólatras y a los blasfemos.
También fue uno de los procedimientos vigentes en la antigua Roma. En Grecia se aplicó un rudo procedimiento de ahorcamiento. Los germanos estrangulaban a sus desertores y traidores; fueron ellos quienes propagaron la horca por toda Europa, para hacerla símbolo común de la justicia de muchos países durante la Edad Media. Inglaterra fue el país de la horca por excelencia: este país eligió oficialmente la horca para extenderla por todo el mundo y para hacerla perdurar.
La pretensión de la horca de ser una técnica casi perfecta falló muchas veces, como así también los demás métodos. En el siglo XVIII, Davis Evans, siendo condenado a la horca, reclamó su libertad cuando la cuerda se rompió. El público gritaba: "¡Déjenlo! ¡Déjenlo!", mientras Evans le decía al verdugo: "Tú ya me has colgado y no tienes poder ni autoridad para colgarme de nuevo". Pero el verdugo le respondió: "Yo tengo la orden de colgarte por el cuello hasta que mueras, y eso es lo que haré". Y lo hizo.
En el año 1835 tuvo lugar el último ahorcamiento público en Nueva York y desde esa fecha todos los demás estados llevaron las ejecuciones oficiales al interior de las prisiones. En Inglaterra se ahorcó por última vez en público el 26 de mayo de 1868. La Comisión Real Inglesa que investigó las ventajas y los inconvenientes de la horca en relación con los demás sistemas de ejecución, concluyó que ese procedimiento era el mejor, "el método más seguro, no doloroso, simple y eficaz, no encontrándose otro mejor que pueda practicarse".
Según las prácticas inglesas, cuando una persona era sentenciada a muerte por ahorcamiento, el procedimiento era el siguiente: se fijaba la fecha de ejecución, siendo ésta estipulada durante las tres semanas siguientes. En caso de que el acusado apelara su sentencia, la fecha se posponía para quince días después de este acto. Durante ese tiempo, el acusado permanecía en una celda apartada de los demás prisioneros, exclusivamente destinada a los condenados a muerte. Era vigilado día y noche; sólo mantenía contacto con el director de la cárcel y el médico, que lo visitaban regularmente, y con el capellán, quien podía verlo cuantas veces lo requiriera el reo. Un poco antes del momento de ejecución, el verdugo, los oficiales y el director se reunían y se dirigen a la celda. Al momento de entrar el verdugo, el reo debía estar de espaldas a la puerta; junto a él estaba el capellán, mientras así lo deseara el condenado. El tiempo transcurrido desde que el verdugo entra a la celda, en busca del reo, hasta la ejecución, se fue reduciendo hasta llegar a unos diez segundos. Luego se izaba una bandera negra, mientras sonaba una campana, lo que significaba que todo se había consumado.
En España se utilizó hasta 1822, cuando fue reemplazada por el garrote; aunque después de esas fechas se siguió ahorcando en ambos países. Desde 1813 se aplicó en los Países Bajos, aunque el juez tenía desde el principio la facultad de elegir entre este sistema y la decapitación por medio de la espada. De 1824 a 1870, fecha de la abolición de la pena de muerte en los Países Bajos, la horca fue el único medio de ejecución legal. En Alemania, donde siempre se aplicó la decapitación, fue introducida la horca en virtud de la llamada Ley Lubre, el 20 de marzo de 1933, como método para los casos considerados por el Estado Nazi como graves atentados contra la seguridad del Estado.
En 1930 se aplicaba la horca en diecisiete estados de Estados Unidos. Actualmente se aplica en sólo seis estados: Idaho, Kansas, Montana, New Hampshire, Utah (donde el condenado podía decidir entre la horca y el fusilamiento, como lo hizo el asesino múltiple Gary Gilmore) y Washington. Yugoslavia renunció a la horca en 1950 para aplicar el fusilamiento (1975).
En Sudáfrica se ejecuta la mitad de todas las penas de muerte que se imponen hoy en el mundo y cada tres días se cuelga a un hombre, casi siempre de raza negra. En el año 1968 fueron ahorcadas en la república sudafricana ciento dieciocho personas.