PRODUCTO
Redactar un ensayo argumentativo en el que responderás las siguientes
preguntas:
¿Por qué en el contexto de la pandemia por el cólera en la década de 1990 la
población peruana ha sido vulnerable?
¿Qué acciones podrían plantearse para reducir nuestra vulnerabilidad ante la
COVID-19?
Se le sugiere utilizar el siguiente esquema:
1. Título
2. Introducción: párrafo en que presentas tu posición.
3. Cuerpo: conjunto de párrafos donde sustentas con
argumentos tu posición incorporando también las voces
de otras fuentes.
4. Conclusión: párrafo final en que resumes tu posición y formulas tu reflexión y
propuesta de acción sobre: ¿Qué acciones podrían plantearse para reducir nuestra
vulnerabilidad ante la COVID-19?
Respuestas
Probablemente nos pasaremos los próximos años debatiendo sobre lo acontecido, entre otros motivos, por la escasa información que aun hoy tenemos sobre la apisonadora que ha triturado inmisericordemente nuestro estilo de vida. Las imágenes de los camiones militares llevándose cadáveres de las ciudades italianas, las de nuestro personal sanitario protegiéndose con bolsas de basura, las fosas comunes en Nueva York, el «todo va a salir bien» de los murales infantiles, las colas del hambre, o la incredulidad de los ancianos que agonizaban en la más absoluta soledad, nos han despertado de la nebulosa de aparente seguridad en que hemos vivido, al menos en Occidente, en las últimas décadas. En efecto, a lo largo de estos años, una legión de propagandistas nos ha deslumbrado con sus predicciones de ciudades inteligentes, nano-robots, medicina personalizada, inteligencia artificial, big data, etc., que nos darían el cobijo y la protección propia de una guardería.
Pandemia como refriega entre neokantianos y utilitaristas
El principal motivo por el que nos hemos confinado de forma masiva ha sido no asistir a una confrontación, no precisamente dialéctica, entre dos de las principales escuelas filosóficas, neokantianos y utilitaristas. Para ganar tiempo, estas personas son intubadas y conectadas a unos respiradores que generan el movimiento de los pulmones de forma artificial hasta que el organismo logre recuperarse. En España, en el momento del colapso no llegábamos a cinco mil respiradores para cerca de cincuenta millones de personas1, más o menos como Italia, y bastante por debajo de Alemania, con veintiocho mil. Este dato implica que, una vez ocupados los respiradores por cinco mil personas, cantidad que fácilmente podía ser rebasada en un solo día, los siguientes potenciales usuarios no podrían ser atendidos.
De hecho, junto al número de contagiados y fallecidos, la gente miraba de reojo el número de respiradores que quedaban libres en su ciudad o región. Con todo lo duro que ha sido el confinamiento o la destrucción de los puestos de trabajo, pocas cosas minaban más la moral colectiva que saber que de nada serviría acudir a un hospital si no quedaban respiradores libres. Hasta ahora, y salvo situaciones de guerra o catástrofes, el personal sanitario retira o introduce a una persona en un sistema de mantenimiento artificial de la vida en función de sus características individuales . Pues bien, la pandemia nos ha introducido de lleno en este tipo de disyuntivas, propias de contextos que ya creíamos olvidados.
Para aliviar esta carga, y esta lacerante responsabilidad, se han elaborado a toda prisa una serie de guías, protocolos o documentos más o menos orientativos, en los que hemos participado con el sentido común que la gravedad de la situación exigía, poco bagaje sin duda para disyuntivas que desbordan cualquier apriorismo teórico que se pueda tener sobre la vida y la muerte . Al igual que sucede con los trasplantes de órganos, jerarquizar una lista para acceder a un respirador constituye un ejercicio de sensatez que no debería presentar más problemas, dadas las carencias materiales existentes. Pues bien, en estos informes los neokantianos se han escudado en la idea de dignidad humana, en la relevancia de cada persona en sí misma, sin condicionantes ni comparativas, y en el universalismo cristiano . Si aplicáramos ciegamente sus presupuestos, un nonagenario enfermo de Alzheimer tendría estrictamente el mismo derecho a un respirador que un niño con la vida por delante.
Toda vida humana es igualmente digna y merece vivirse hasta su extinción natural. Negaban la posibilidad de comparar situaciones , pero no ofrecían soluciones claras acerca de qué hacer cuando personas con similares posibilidades de supervivencia requirieran un único respirador disponible. Su regla básica e implícita sería al aforismo jurídico prior tempore potior iure, que, traducido a la pandemia, significa que quien primero llegue al respirador se lo queda hasta que muera o se cure. Impedir que ocupe un respirador alguien con una esperanza de vida alta o relativamente alta , frente a otra persona con la vida ya hecha, no es cualitativamente diferente, en cuanto a sus gravosas consecuencias, a lo que plantean los utilitaristas.