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le dijo:- Duermes y me olvidas, Aquiles. Cuando estaba vivo nunca me abandonaste, y me olvidas cuando he muerto. Sepúltame, para que trasponga pronto las puertas de Hades. Las almas, sombras de los muertos, me expulsan y no me dejan mezclarme con ellas al otro lado del río; y en vano voy errante a las anchas puertas de la morada de Hades. Dame la mano; llorando te lo pido, pues no regresaré del Hades cuando me hayas entregado a la hoguera. Nunca más, vivos ambos, nos haremos mutuas confidencias, sentados lejos de nuestros compañeros, porque al fin se apoderó de mí la Parca odiosa que desde mi nacimiento me estaba deparada. Tu Moira fatal, ¡oh Aquiles igual a los dioses!, es también morir al pie de los muros de los troyanos magnánimos. Pero voy a pedirte una gracia, y puedes concedérmela: Aquiles, que mis huesos no se separen de los tuyos, sino que permanezcan unidos, como en tus moradas lo estuvimos nosotros. Cuando allí me condujo Menecio, muy niño aún yo, porque llevado de cólera maté al hijo de Anfidamas jugando a los dados, el conductor de carros Peleo me recibió en su morada, en ella me trató con ternura y me nombró compañero tuyo. Que nuestras cenizas se encierren en la misma urna, esa urna de oro que te dio tu madre venerable.
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