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Apóstol de Jesús al que se atribuye la autoría del cuarto Evangelio, de las cuatro Epístolas que llevan su nombre y del libro del Apocalipsis. El Evangelio de San Juan relata, de forma detallada, varios aspectos de la vida de Jesús de Nazaret, y su redacción suele fecharse entre los años 90 y 100.
Era hijo de Zebedeo, un pescador de Galilea, y de Salomé, quien frecuentaba el círculo de discípulos de Jesús. Según la tradición cristiana, Juan Evangelista fue, junto a su hermano San Santiago Apóstol, uno de los primeros apóstoles de Cristo. Jesús llamaba a Santiago y a Juan boanerges («hijos del trueno») por su carácter impetuoso, que se pone de manifiesto en algunos hechos relatados en los otros evangelios (San Marcos, 9:38, y San Lucas, 9:54). Ellos dos, junto con San Pedro, constituían el núcleo más íntimo del maestro. Fue San Juan Evangelista quien, con la Virgen María, se encontraba al pie de la cruz cuando murió Cristo.
Tras la resurrección de Jesús, San Juan Evangelista ocupó una posición relevante entre los discípulos. No está claro, sin embargo, cuál fue su actitud en la fundamental controversia, la primera del cristianismo, acerca de si los gentiles habían de ser admitidos o no a la fe de Cristo, controversia en la que, como es sabido, triunfó el punto de vista ecuménico (universal) de San Pablo.
La historia posterior de San Juan Evangelista es incierta y se encuentra oscurecida por las leyendas. Se cree que fue responsable de la evangelización de Asia Menor, por lo cual recibió el castigo de los romanos. El pasaje de San Marcos (10:39) en el que Jesucristo dice a los hijos de Zebedeo que beberían el cáliz de su pasión dio pie para escribir que Juan había sido arrojado a una caldera de aceite hirviendo de la que escapó milagrosamente. Otra tradición aseguraba que no había muerto, sino que fue arrebatado al cielo, como el profeta Elías.
Lo que parece cierto es que San Juan escribió su Evangelio y sus Epístolas en Éfeso (Asia menor) y el Apocalipsis en la isla de Patmos, en el mar Egeo. Tanto en su Evangelio como en las visiones proféticas del Apocalipsis, San Juan utilizó un lenguaje doctrinal y simbólico de gran altura teológica. Su símbolo como evangelista fue el águila, y de ahí su sobrenombre de «el águila de Patmos».
Ya desde fecha muy temprana varias ciudades rivalizaron por acoger los restos de San Juan. La mayoría de las tradiciones indican que fue enterrado en Éfeso. En el siglo II d. C., el obispo de Éfeso aseguró haber identificado su tumba. Irineo, obispo de Lyon en el año 180, respaldó dicha hipótesis, al tiempo que afirmó que su obra había sido escrito en parte en Éfeso y en parte en Patmos. A partir del siglo VI, la iglesia de Éfeso aseguró también poseer el manuscrito original del cuarto Evangelio. La Iglesia Católica lo conmemora el 27 de diciembre.
Explicación:
SAN JUAN el Evangelista, a quien se distingue como "el discípulo amado de Jesús" y a quien a menudo le llaman "el divino" (es decir, el "Teólogo") sobre todo entre los griegos y en Inglaterra, era un judío de Galilea, hijo de Zebedeo y hermano de Santiago el Mayor, con quien desempeñaba el oficio de pescador.
Junto con su hermano Santiago, se hallaba Juan remendando las redes a la orilla del lago de Galilea, cuando Jesús, que acababa de llamar a su servicio a Pedro y a Andrés, los llamó también a ellos para que fuesen sus Apóstoles. El propio Jesucristo les puso a Juan y a Santiago el sobrenombre de Boanerges, o sea "hijos del trueno" (Lucas 9, 54), aunque no está aclarado si lo hizo como una recomendación o bien a causa de la violencia de su temperamento.
Se dice que San Juan era el más joven de los doce Apóstoles y que sobrevivió a todos los demás. Es el único de los Apóstoles que no murió martirizado.
En el Evangelio que escribió se refiere a sí mismo, como "el discípulo a quien Jesús amaba", y es evidente que era de los más íntimos de Jesús.