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Me intereso en el Quijote, fundamentalmente, porque en él encuentro un valioso instrumento para el estudio del hombre. Tengo la certeza de que en esta obra inmortal de Cervantes está entrañada toda una Antropología Axiológica. Se me ha ocurrido proyectar mi «Filosofía del Hombre» en el Quijote. Y me parece que la contextura de la genial novela se presta para verificar esta aproximación. Aunque Cervantes no sea filósofo, es lo cierto que expresa artísticamente una profunda y peculiar visión del hombre. No tan solo se trata del «homo hispanicus» -esfuerzo, coraje, ímpetu, fe apasionada y enérgica, intensidad imaginativa, ideas que se tornan ideales-, sino del hombre en lo que tiene de más humano.
Ofrecer una Filosofía del Quijote como obra de arte, como actividad expresiva del espíritu, ha sido mi propósito primordial. En esa actividad expresiva es posible evocar y descifrar una constante humana. Porque al fin y al cabo el Quijote -plasmación de inteligencia, deseo, intuición, sensibilidad y amor de un hombre y hasta de un pueblo- se origina en las profundidades del alma de Cervantes. Para llegar a una «comprensión» del espíritu objetivado, es decir, de los contenidos intencionales de Cervantes y de su época, es preciso echar mano de la causa final. Bajo la categoría del valor de lo caballeresco adquieren sentido, dentro de una conexión de totalidad, el conjunto de las representaciones intencionales y de los actos consiguientes. Mi estudio es primordialmente axiológico. Resulta bastante extraño el hecho de que no se haya intentado aún una comprensión de El Quijote a la luz de la teoría de los valores.
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