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espetando a Sanmiguel, debo confesar que la impresión que me dejó esta adaptación de La Cenicienta es la contraria. A mí me parece una acertada sátira que cuestiona de manera muy creativa esa doble moral sobre la cual se erigen desde hace rato en Colombia los valores que sustentan la cultura del narcotráfico, como lo son el poder de la fuerza, el dinero y la impunidad, los mismos que ahora vemos tan bien retratados en la nueva generación de narcos que se parapetan en el paramilitarismo con el propósito de legalizarse.
Pero, además, ni el príncipe, bien logrado por Juan José Lopera que en realidad es un narco de pequeña monta de un pueblo cualquiera del país , ni Dandini, su fiel escudero que es el lugarteniente del narco , divinamente interpretado por un extravagante Valeriano Lanchas, que demuestra unas capacidades histriónicas para la ópera bufa que muchos de sus admiradores desconocían; ninguno de estos personajes, repito, incluida la Cenicienta concebida como una mujer que al transformarse en hermosa y apetecible retoma un peligroso parecido a la belleza prefabricada de las reinas de belleza , ninguno, aparecen como grandes señores, sino como personajes ridículos y hasta cierto punto trágicos, que representan ese ascenso fácil, ese arribismo desenfrenado que hemos heredado de la cultura del narcotráfico, en donde lo importante es el éxito económico fácil, vertiginoso, parecido solo a la facilidad y rapidez con que los realities vuelven famosos a personas sin mérito alguno.
No descarto que la puesta en escena de los Abderhalden no sea provocadora, como corresponde a las óperas bufas, y que no vaya a conmocionar a muchos colombianos, imbuidos en esta exaltación de los símbolos patrios en que andamos, por cuenta de un exceso en la utilización de la palabra Patria.
Y si ese es el caso, pues bienvenida la controversia!, que bastante nos hace falta en medio de tanto unanimismo informativo y de tantos realities que se inventan ídolos de barro. Este tipo de puestas en escena, por lo provocadoras, son un buen indicativo de que la cultura goza de una salud bastante aceptable.
Algo parecido sucedió hace unos años en Barcelona con el dramaturgo Calixto Bieito, entonces director del Liceo de Barcelona, cuando decidió sorprender al tradicional auditorio catalán con un montaje bastante audaz de El baile de las máscaras. En su primer acto, puso a todo el coro a cantar sentado en un water, hecho que produjo la indignación de muchos críticos. Desde entonces, la controversia por las óperas que adapta Bieito ha servido para enriquecer el panorama de la cultura catalana y española. Bien por La Cenicienta! Aunque a muchos no les haya gustado la idea de meter en sus zapatillas unos cuantos gramos de coca.
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