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l 2 de diciembre de 1804, Napoleón Bonaparte fue coronado Emperador en la Catedral de Notre Dame, en París. El Gran Corso estaba en el apogeo del poder y la gloria, ovacionado por millones de franceses que lo veían como el máximo salvador de la patria. El venezolano Simón Bolívar, de 21 años de edad, asistió a la ceremonia y quedó impactado por la ferviente aclamación que el pueblo galo prodigó a su héroe. Más tarde confesó que este episodio influyó decisivamente en su impetuosa personalidad. Al fin había encontrado un paradigma y un destino para su vida.
Después de lograr la libertad de Gran Colombia, Perú y Bolivia, en una carta a su amigo francés Luis De Lacroix, Simón Bolívar escribió: "Vi en París, en el último mes del año 1804, el coronamiento de Napoleón: aquel acto o función magnífica me entusiasmó, pero menos su pompa que los sentimientos de amor que un inmenso pueblo manifestaba al héroe francés; aquella efusión general de todos los corazones, aquel libre y espontáneo movimiento popular excitado por las glorias, las heróicas hazañas de Napoleón, vitoreado en aquel momento, por más de un millón de individuos, me pareció ser para el que obtenía aquellos sentimientos, el último deseo, como la última ambición del hombre. La corona que se puso Napoleón en la cabeza me pareció una cosa miserable y de estilo gótico: lo que me pareció grande fue la aclamación universal y el interés que inspiraba su persona. Esto, lo confieso, me hizo pensar en la esclavitud de mi país y en la gloria que cabría al que lo libertase".
Después de lograr la libertad de Gran Colombia, Perú y Bolivia, en una carta a su amigo francés Luis De Lacroix, Simón Bolívar escribió: "Vi en París, en el último mes del año 1804, el coronamiento de Napoleón: aquel acto o función magnífica me entusiasmó, pero menos su pompa que los sentimientos de amor que un inmenso pueblo manifestaba al héroe francés; aquella efusión general de todos los corazones, aquel libre y espontáneo movimiento popular excitado por las glorias, las heróicas hazañas de Napoleón, vitoreado en aquel momento, por más de un millón de individuos, me pareció ser para el que obtenía aquellos sentimientos, el último deseo, como la última ambición del hombre. La corona que se puso Napoleón en la cabeza me pareció una cosa miserable y de estilo gótico: lo que me pareció grande fue la aclamación universal y el interés que inspiraba su persona. Esto, lo confieso, me hizo pensar en la esclavitud de mi país y en la gloria que cabría al que lo libertase".
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