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Érase una vez un apuesto príncipe que tenía el sueño de casarse con una princesa. En su reino había muchas mujeres hermosas e inteligentes, pero él quería que su futura mujer tuviera sangre azul, es decir, que fuera una princesa de verdad, hija de reyes y heredera de su propio reino.
La moraleja de nuestra versión de «La princesa y el guisante» es bastante simple y clara: la verdadera nobleza no depende del rango, de los títulos, de los orígenes ni de la apariencia; es una virtud del corazón
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