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Había una vez, hace muchos años, un matrimonio que anhelaba profundamente tener un bebé. Tras años esperando que su dicha se hiciera realidad, por fin la mujer quedó embarazada.
Como consecuencia de su embarazo, la futura mamá comenzó a desear unos hermosos frutos que crecían en un huerto perteneciente a una casa cercana, pero que estaba habitada por una bruja malvada, por lo que no podían conseguirlos y cada día los deseaba un poquito más hasta el punto de llegar a enfermar de antojo.
Su marido, desesperado ante la situación de su mujer embarazada se aventuró al jardín de la hechicera y le robó algunos de esos apetitosos frutos para su mujer. Al ver la mejoría de ésta al comerlos el marido continúo robándolos, hasta que un día la malvada hechicera le sorprendió y para perdonarles la vida a él y a su mujer le hizo prometer que le entregarían a la niña cuando naciera.
Así, al nacer la niña, la malvada hechicera la encerró en una torre sin puertas ni escaleras, tan sólo con una ventana en lo alto. Durante muchos años la muchacha creció con la única compañía de la bruja que, trepando por el dorado cabello de la joven, subía a la torre.
Una mañana, un caballero escuchó la voz de la hermosa muchacha y curioso se acercó encontrándola en lo alto de la torre, peinando su larga melena. El caballero trepó por ella y llegó hasta la ventana donde Rapunzel quedó prendada del apuesto joven.
Pero pronto la malvada bruja descubrió la amistad de los muchachos y furiosa soltó un maleficio que dejó ciego al caballero, que tuvo que deambular durante mucho tiempo perdido por el bosque. Sin embargo, y pese a su ceguera, el joven buscó y buscó hasta encontrar de nuevo la torre donde conoció a su amada Rapunzel y ésta, al verle, comenzó a derramar lágrimas que al caer sobre el príncipe le devolvieron la visión.
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