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El fantasma de Canterville permanecerá algunos minutos inmóvil de indignación. Después tirará, lleno de rabia, la aceitera contra el suelo encerado y huirá por el corredor, lanzando gruñidos cavernosos y despidiendo una extraña luz verde. Sin embargo, cuando llegará a la gran escalera de roble, se abrirá de repente una puerta. Aparecerán dos siluetas infantiles, vestidas de blanco, y una voluminosa almohada le rozará la cabeza. Evidentemente, no habrá tiempo que perder, así es que, utilizando como medio de fuga la cuarta dimensión del espacio, se desvanecerá a través del estuco, y la casa, de nuevo, recobrará su tranquilidad.
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