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El famoso encuentro entre Alejandro Magno y el filósofo Diógenes es una anécdota histórica cuya veracidad no sólo no está demostrada sino que todo apunta a que pudo ser una invención. Pero hay muchas referencias al mismo en la Antigüedad.
Hay determinados momentos en la historia que causan un gran impacto entre sus más inmediatos testigos y que perviven en el imaginario colectivo a través de los siglos, despertando el interés de las generaciones posteriores. Lo curioso es que casos como el que hoy quiero contarles, al igual que ocurre con las grandes historias, depende mucho de quién la cuente y cómo lo haga, e incluso da la casualidad de que muchas veces ni siquiera son reales.
En este cuadro de W. Mathews de 1914 se muestra dicho encuentro
En este cuadro de W. Mathews de 1914 se muestra dicho encuentro
Entre estos muchos relatos tenemos el famoso encuentro entre Alejandro Magno y el filósofo Diógenes, una anécdota histórica cuya veracidad no sólo no está demostrada sino que todo apunta a que pudo ser una invención o una exageración. En cualquier caso, encontramos referencias al mismo en numerosos autores de la Antigüedad, desde Cicerón hasta Plutarco, pasando por muchos otros literatos de época medieval y, sobre todo, renacentista. Algo que no debe extrañarnos si tenemos en cuenta la trascendencia histórica y la repercusión que en la posteridad tuviera la figura de Alejandro Magno, junto con la fascinación que tradicionalmente ha causado el carácter excéntrico y complejo del filósofo griego.
Quién sabe si alguna vez se cruzaron estas dos personalidades, y en el caso de que lo hicieran, si su diálogo se pareció más a una u otra versión de las que nos han llegado hasta nuestros días. Lo verdaderamente interesante es el contraste tan marcado que podemos ver entre dos personajes cuya interacción hubiera producido un encuentro, cuanto menos, curioso.
Por un lado, tenemos a Diógenes, máximo exponente de la escuela filosófica cínica, que consideraba que la única forma de alcanzar la felicidad estaba al margen de la civilización y en un mayor contacto con la naturaleza. Acorde a estos principios, pasó su vida vagando por las calles de Atenas, en busca de la sabiduría que ni la riqueza ni los bienes materiales podían brindarle. Al menos eso es lo que se cuenta, además de otras anécdotas como que adoptó como casa una tinaja. No obstante, de su vida tampoco podemos tener un conocimiento demasiado detallado, ya que los únicos testimonios que nos llegan son indirectos, principalmente por referencias de sus coetáneos.
Diógenes, un tipo que a todas luces puede llamar la atención y parecer de lo más peculiar, tanto en la Antigua Grecia como en nuestros días, contrasta profundamente con la otra gran figura que protagoniza este episodio; Alejandro Magno, el gran descubridor y conquistador de su época, cuyo imperio alcanzaría límites inimaginables y cuyo poder y prestigio elevarían prácticamente a la categoría de dios.
En obras de autores del siglo XIX como Gérôme se puede ver esta imagen romántica de Diógenes viviendo en una tinaja.
En obras de autores del siglo XIX como Gérôme se puede ver esta imagen romántica de Diógenes viviendo en una tinaja.
Y sin embargo, ahí se encontrarían frente a frente el hombre más influyente de su tiempo y representante por antonomasia del poder, cuya ambición y logros despertaban la admiración y el respeto de los hombres de todo el mundo conocido; y el filósofo que se reía del mundo, que renegaba de la civilización, la política y la guerra y que se definía a sí mismo como un “ciudadano del mundo” o “cosmopolita”.
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