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En el estudio general de la doctrina católica durante el siglo XVIII es preciso contar con un hecho, que ya viene gestándose desde finales del XVI, pero que es en el XVIII cuando llega a su madurez. Nos referimos a la especialización dentro del campo de la ciencia sagrada.
Fruto de esta especialización es la limitación de campos, ya de modo definitivo, entre teología y derecho; y, todavía, la desmembración de estas dos grandes ramas en las respectivas especialidades de teología dogmática y teología moral, por una parte, y derecho canónico y derecho público eclesiástico, por la otra1. Ello condiciona lógicamente el contenido material de la ciencia que estudiamos y, sobre todo, la visión del punto concreto a analizar, que ahora es considerado parcialmente, según sus diversos aspectos.
Esto ocurre precisamente con el problema de la libertad religiosa como contenido de la tolerancia, que es como todavía se considera en este período de la ciencia eclesiástica. Del tratado "sobre la virtud de la fe", en que lo estudiaban santo Tomás y los comentaristas de la Summa theologiae, pasa sucesivamente al capítulo "sobre el primer precepto del Decálogo", dentro del tratado "sobre los pecados" en las modernas obras de teología moral2, y, ya en el siglo XVIII, se va reduciendo cada vez más al campo de la literatura polémica y, dentro de ella, a los tratados de derecho público eclesiástico, en la orientación apologética con que nació (y casi perdura hasta nuestros días) esta especialidad del derecho de la Iglesia. En cambio, el tema del valor normativo de la conciencia invenciblemente errónea y el del poder excusante de la ignorancia, que le es previo, se adscribe de modo definitivo al tratado "de los actos humanos", que queda como reducto propio de la teología moral.
Así se explica que no todos los autores traten el tema de la tolerancia (libertad religiosa) o, por lo menos, que no traten todos sus aspectos. Lo que nos lleva, ya por necesidad, en el presente estado de nuestro estudio, a considerar por separado los escritos de moral propiamente dichos y los de la literatura polémica, con la subdivisión, dentro de ella, que acabamos de apuntar.
Por lo demás, según se ha advertido repetidamente, no hay apenas novedad en el contenido doctrinal de ambas series de escritos, por lo que respecta a la libertad religiosa o, más precisamente hablando, a la tolerancia religiosa.
En materia de "ignorancia" todos siguen considerando como excusante de pecado a la "invencible"; y, a la "vencible", como excusante del delito de herejía, por falta de pertinacia. Igualmente, "la conciencia invenciblemente errónea" sigue siendo norma de conducta moral a seguir, si se quiere evitar el pecado. Esto, entre los moralistas que, salvo casos contados a los que nos referiremos, no se plantean el problema de la tolerancia (libertad religiosa).
A su vez, la literatura polémica, en este último punto que es el que más o menos toca, sigue esta orientación, que es acomodación a su tiempo de la doctrina de los siglos precedentes: por una parte, la defensa racional de los fundamentos de la religión en general y del catolicismo en particular, contra los escritos de los "filósofos" y "librepensadores" y, en consecuencia, la condena de toda libertad religiosa que se base en el relativismo doctrinal y en el indiferentismo3; en segundo lugar, el mantenimiento ante los Príncipes católicos de que, sólo existiendo causas graves proporcionadas al bien común de cada país _en lo que atienden principalmente al contenido religioso_ se puede admitir la libertad religiosa de los no católicos en el campo civil (tolerancia práctica o civil), de modo que se salven las justas exigencias del orden público; y, por último, frente a la dispersión de los tiempos modernos, fruto del individualismo y del subjetivismo, la firmeza en conservar intacto el depósito doctrinal de la fe (objetivismo), considerando "hereje" a todo fiel que "pertinazmente" niegue alguna verdad del credo, y aplicándole consiguientemente las penas canónicas establecidas, principalmente la excomunión, con el fin de forzarlo a volver a la fe, conforme a la tesis tomásica de que "accipere fidem est voluntatis, sed tenere iam accceptam est necesitatis"4. Todo ello, sin embargo, dentro del espíritu de conquista, propio de la Apologética, que conserva incluso amor al que yerra, al tiempo que se mantiene firme contra el error y lucha porque se desvanezca, como lo había aconsejado san Agustín: "No debes amar al error en el hombre, sino al hombre"5.
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