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Si lo tienes que dibujar en el cuaderno con marcadores etc.
Respuesta: No importa cuál sea la opinión del grafitero, el activismo es el punto en común, aunque sea un activismo difícil de clasificar. Además, el grafiti carga sobre sus hombros la ilegalidad. Por ser ilegal es que raya con ser “antisocial”.
Sin embargo, cada día vemos que la sociedad en la que vivimos hoy está dispuesta a expresar sin tapujos sus opiniones. Por lo mismo es más permisiva con los grafitis. Incluso, cada vez es más común la idea de que se trata de un arte sumamente estético e innovador. El arte callejero propone nuevas estéticas, pues puede ser producto de una obra colectiva.
Algunos grafitis, justamente por estar en espacios públicos, permiten difundir denuncias sociales, mientras que otros dialogan con nuevas formas de entender el arte. Por lo tanto, además de la capacidad de comunicar mensajes, las imágenes tienen la posibilidad de influir sobre el modo como entendemos la creación cultural.
Para quienes se dedican al arte callejero, el grafiti no solo hace parte de una subcultura, sino que representa un estilo de vida. El grafitero no solo ve en sus murales una forma de expresas sus emociones, sino un posible camino para rebelarse de manera sutil pero a la vez contundente ante la autoridad represiva.
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No en todos los casos es una manifestación egocéntrica de vandalismo, como muchos creen. Por el contrario, es una herramienta legítima para un oficio digno en la ciudad.
El grafiti está siendo visto con nuevos ojos. El arte callejero ha pasado de ser considerado un acto vandálico a ser un eje fundamental de la ciudad. Las diferentes obras grafiteras en Bogotá son una actividad cultural marginal. En concreto, el grafiti, la gráfica urbana o las intervenciones de calle producidas por grafiteros, artistas urbanos o activistas culturales o sociales contribuyen a la construcción y definición de la imagen pública del área urbana. El grafiti altera la imagen tradicional de estos espacios.
Con los grafitis, Bogotá no es ya la ciudad fría que aturde, sino la ciudad que emociona. Los grafitis ya no son solo garabatos. Por el contrario, son imágenes, color y formas: son arte. Si bien no siempre intervienen en política, el solo hecho de salir a la calle es un gesto político y una postura social para el grafitero.
Como dice Christian Uribe en El arte urbano y la producción de sentidos políticos juveniles: “no aspiran a cambiar el mundo por medio del arte urbano puesto que su aspiración política es diferente: controvertir las percepciones socialmente instituidas, cambiar la apariencia de la ciudad, incitar una reflexión, burlar las normas, cuestionar la situación presente, escandalizar”.
Una sociedad que ha vivido durante más de medio siglo bajo un estado de caos y miedo permanente debe comenzar a ceder, a ser más tolerante y a aceptar nuevas formas de arte y de cultura.
Por algo debemos comenzar. No podemos simplemente estigmatizar a cualquiera que hace grafitis o arte en la calle. El grafitero es un artista desde las entrañas que entrega su vida al arte y que incluso expone su vida por el arte.
La tierra es de todos, así que ¿por qué poner límites? El espacio es público y por ello citamos entrañablemente las palabras de García Márquez: “Yo creo que todavía no es demasiado tarde para construir una utopía que nos permita compartir la tierra”.
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