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Pero el caballo rayado de sudor, e inmóvil de cautela ante el esquinado del
alambrado, ve también al hombre en el suelo y no se atreve a costear el bananal
como desearía. Ante las voces que ya están próximas —¡Piapiá!— vuelve un largo,
largo rato las orejas inmóviles al bulto: y tranquilizado al fin, se decide a pasar
entre el poste y el hombre tendido que ya ha descansado.
Explicación:
es eso
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