• Asignatura: Castellano
  • Autor: luchidorado4
  • hace 4 años

Solo es leer el cuento y responder pero no se algunas cosas ayuda

El hecho de que Henry Armstrong estuviera

enterrado no era motivo suficientemente

convincente como para demostrarle que estaba

muerto: siempre había sido un hombre difícil de

persuadir. El testimonio de sus sentidos le obligaba

a admitir que estaba realmente enterrado. Su

posición -tendido boca arriba con las manos

cruzadas sobre su estómago y atadas, que rompió

fácilmente sin que se alterase la situación-, el

estricto confinamiento de toda su persona, la negra

oscuridad y el profundo silencio, constituían una

evidencia imposible de contradecir y Armstrong lo

aceptó sin perderse en cavilaciones.

Pero, muerto… no. Sólo estaba enfermo, muy

enfermo, aunque, con la apatía del inválido, no se

preocupó demasiado por la extraña suerte que le

había correspondido. No era un filósofo, sino

simplemente una persona vulgar, dotada en aquel

momento de una patológica indiferencia; el órgano

que le había dado ocasión de inquietarse estaba

ahora aletargado. De modo que sin ninguna

aprensión por lo que se refiriera a su futuro

inmediato, se quedó dormido y todo fue paz para

Henry Armstrong.

Pero algo todavía se movía en la superficie. Era

aquella una oscura noche de verano, rasgada por

frecuentes relámpagos que iluminaban unas nubes,

las cuales avanzaban por el este preñadas de

tormenta. Aquellos breves y relampagueantes

fulgores proyectaban una fantasmal claridad sobre

los monumentos y lápidas del camposanto. No era

una noche propicia para que una persona normal

anduviera vagabundeando alrededor de un

cementerio, de modo que los tres hombres que

estaban allí, cavando en la tumba de Henry

Armstrong, se sentían razonablemente seguros.

Dos de ellos eran jóvenes estudiantes de una

Facultad de Medicina que se hallaba a unas millas

de distancia; el tercero era un gigantesco negro

llamado Jess. Desde hacía muchos años Jess estaba

empleado en el cementerio en calidad de

sepulturero, y su chanza favorita era la de que

“conocía todas las ánimas del lugar”. Por la

naturaleza de lo que ahora estaba haciendo, podía

inferirse que el lugar no estaba tan poblado como

su libro de registro podía hacer suponer.

Al otro lado del muro, apartados de la carretera,

podían verse un caballo y un carruaje ligero,

esperando.

El trabajo de excavación no resultaba difícil; la

tierra con la cual había sido rellenada la tumba unas

horas antes ofrecía poca resistencia, y no tardó en

quedarse amontonada a uno de los lados de la fosa.

El levantar la tapadera del ataúd requirió más

esfuerzo, pero Jess era práctico en la tarea y


terminó por colocar cuidadosamente la tapadera

sobre el montón de tierra, dejando al descubierto el

cadáver, ataviado con pantalones negros y camisa

blanca.

En aquel preciso instante, un relámpago zigzagueó

en el aire, desgarrando la oscuridad, y casi

inmediatamente estalló un fragoroso trueno.

Arrancado de su sueño, Henry Armstrong incorporó

tranquilamente la mitad superior de su cuerpo

hasta quedar sentado.

Profiriendo gritos inarticulados, los hombres

huyeron, poseídos por el terror, cada uno de ellos

en una dirección distinta. Dos de los fugitivos no

hubieran regresado por nada del mundo. Pero Jess

estaba hecho de otra pasta.

Con las primeras luces del amanecer, los dos

estudiantes, pálidos de ansiedad y con el terror de

su aventura latiendo aún tumultuosamente en su

sangre, llegaron a la Facultad.

-¿Lo has visto? -exclamó uno de ellos.

-¡Dios! Sí… ¿Qué vamos a hacer?

Se encaminaron a la parte de atrás del edificio,

donde vieron un carruaje ligero con un caballo

uncido y atado por el ronzar a una verja, cerca de la

sala de disección. Maquinalmente, los dos jóvenes

entraron en la sala. Sentado en un banco, a oscuras,

vieron al negro Jess. El negro se puso de pie,

sonriendo, todo ojos y dientes.

-Estoy esperando mi paga -dijo.

Desnudo sobre una larga mesa, yacía el cadáver de

Henry Armstrong. Tenía la cabeza manchada de

sangre y arcilla por haber recibido un golpe de

azada.

Ambrose Bierce


Actividades

1) Realizar la superestructura narrativa de

este relato.

2) Marcar entre corchetes segmentos

descriptivos; entre paréntesis, segmentos

narrativos; y subrayar segmentos dialogales.

3) ¿Qué narrador se manifiesta en este relato?

4) Confeccionar el circuito de la comunicación

real que se presenta en esta situación

comunicativa.

5) Explicar de qué tipo de cuento se trata.

Justificar.

6) Extraer cinco verbos e indicar tiempo, modo,

número y persona.

7) Buscar dos sustantivos propios, tres

comunes y dos abstractos.

8) Subrayar dos adjetivos numerales y cinco

calificativos.

Respuestas

Respuesta dada por: guillermobecerra86
1

Respuesta:

bro Lee mucho busca en internet tu después contesta Lee como 5 beses y le entebderas

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