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Esta obra comienza cuando el Cid es desterrado por parte de Alfonso VI, soberano del reino de Castilla, quien ha dejado que García Ordóñez lo contraponga con el caballero Rodrigo Dias El Campeador. Debido a esto, el Cid decide marcharse de su casa, en compañía de sus parientes y vasallos que fielmente le siguen. No obstante, al marcharse llora de tristeza. En dos ocasiones logran ver una corneja, la cual le brinda augurios distintos, primero buenos, lo que los hace seguir camino esperanzados hacia Burgos, pero cuando llegan a este poblado la ven por la izquierda, por lo que su arribo a esta región está bajo la sombra de un mal augurio.
Tal parece que la visión de la corneja estaba en lo cierto, pues apenas entrado en el pueblo, sus habitantes salen a su encuentro, pero nadie le brinda hospedaje. Gracias al testimonio de una niña, el Cid se entera que el Rey se le ha adelantado, enviando una comunicación a los pobladores para advertirles que aquel que lo hospedara recibiría un gran castigo. Cansado, el Cid decide entrar a la catedral a rezar un rato, y luego busca un lugar en el campo dónde descansar.
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