textos, que te permitan entender en que fundamentaba Jesús su proyecto de vida. cuando formó sus discípulos como verdaderos cristianos

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Respuesta dada por: angejulian2
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La Iglesia camina hacia la segunda década del siglo XXI con el conocimiento antiguo que la hace fuerte y perseverante ante las adversidades y con los aprendizajes nuevos que surgen de responder con eficacia a los retos que presenta un mundo cambiante. La comunidad de seguidoras y seguidores del evangelio de Jesús busca, desde la fe y la Palabra, el camino para una acción relevante en los nuevos contextos que experimentamos.

El imperativo de la relevancia confronta a la iglesia con la necesidad de responder a los desafíos con convicción, pero especialmente con actualidad y pertinencia. El profeta Isaías, en un tiempo también cambiante, se aferraba a la idea del dominio de Dios sobre la historia; y llamaba al pueblo a la esperanza. La voz profética interrogaba -con insistencia- sobre la lectura que el pueblo de Dios hacía de su realidad; preguntaba si apreciaban la dirección de Dios en los cambios de su tiempo. “Voy a hacer algo nuevo; ya brota, ¿no lo sentís?” (Isaías 43: 19a, La Palabra Hispanoamericana).

La Iglesia, ante el cambio que ya se siente, debe interpretar la realidad y el texto desde una visión de Dios y de la propia historia, que permita la generación comunitaria de nuevos impulsos de esperanza. Desde la perspectiva teológica, nos afirmarnos en la soberanía de Dios; pero eso no nos libera de la necesidad de adecuación y ajuste para continuar siendo fieles y relevantes.

Los contenidos fundamentales de la fe y de las prácticas de Jesús, a las que nos llama el evangelio, siguen siendo el motor de nuestra identidad y de nuestras prácticas. Al mismo tiempo, el siglo XXI desafía a la Iglesia a llevar el mensaje antiguo de formas renovadas y contextualizadas, aunque desde las mismas prácticas transformadoras, inclusivas y solidarias que Jesús encarnó.

La Iglesia está buscando, en su identidad y en las historias que constituyen la base de su fe, ese impulso del Espíritu que permita volver a ser esa comunidad dinámica, servicial e inclusiva que proclamaba vida y esperanza en el nombre de Jesús. El anuncio refrescante y lleno de vida que proclamaba el cristianismo primitivo, sigue siendo el instrumento central de la proclamación de un evangelio actual y desafiante.

Las personas que se acercan a las Iglesias necesitan encontrarse con Jesús en una comunidad que brinde el espacio inclusivo y participativo que posibilita creer en un Dios confiable, cercano, activo y comprometido -como Jesús- con la transformación de la vida, para esperanza de la humanidad.

La Iglesia se está abriendo a los nuevos vientos que señala el Espíritu, pero no es un camino sin dificultades. Hoy, como ayer, sigue habiendo personas que no quieren abrirse a lo nuevo que Dios está generando. Quienes perciben el cambio como naturalmente “malo” y contrario a los designios de Dios, siempre terminan afirmando el mensaje y las prácticas de los fariseos, sacerdotes y maestros de la ley, olvidando los énfasis fundamentales del Evangelio de vida proclamado por Jesucristo.

Grupos cismáticos y movimientos ultra conservadores con discursos fundamentalistas de odio y exclusión, laceran el cuerpo de Cristo y llaman al seguimiento y adhesión de un anti-evangelio, proclamado “fiel” y “santo”. Son congregaciones de “perfectos/as” que siempre resultan intolerantes e incapaces de interpretar adecuadamente a Jesús y, peor aún, están imposibilitados por su ceguera de reconocer sus propias necesidades de cambio y conversión, tantas veces reclamada en las Escrituras.

Sin embargo, la Iglesia -en fidelidad al llamado y a la Palabra- busca vivir y practicar el evangelio de amor y vida de Jesús. Su testimonio, predicación, servicio e incidencia pública, sigue siendo una fuente de luz y esperanza para la sociedad; a la vez que legitima el mensaje con las propias prácticas de vida a la manera de Jesús.

Hoy, como en las primeras comunidades cristianas, actualizamos el mensaje de Jesús desde una realidad multicultural, diversa y cambiante. Una mirada a la iglesia primitiva puede ayudarnos a reafirmar nuestra identidad y experimentar -junto a las y los primeros creyentes- la bendición de pertenecer, permanecer y participar de este proyecto de vida al que Jesús llamó su iglesia.

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