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Flexibilidad, accesibilidad, productividad, conciencia sobre el impacto negativo en el medio ambiente de trasladarse hacia el puesto de trabajo… Hay muchas razones por las cuales uno querría trabajar desde casa al menos algunos días por semana. Pero esta vez no es cuestión de elección: para muchos trabajadores, el coronavirus (COVID-19, para ser más precisos) impuso el teletrabajo de forma obligatoria. De alguna manera, se ha puesto en práctica un experimento de teletrabajo a escala mundial. Pero no es un experimento como todos hubiéramos deseado diseñar, ya que el cierre de las escuelas ha hecho que las personas con niños en el hogar tengan que hacer malabares para ocuparse de sus hijos al tiempo que trabajan; una realidad que muchos trabajadores independientes de América Latina y el Caribe vienen enfrentando desde siempre. ¿Cuáles serán los resultados de esta intervención?
Teletrabajo: un concepto en movimiento
Un libro recientemente publicado sobre teletrabajo cuenta que existe una evolución muy interesante de este concepto. Al principio se hablaba de “oficina en el hogar”, ya que el hecho de poder tener tecnología como computadoras e internet en la casa abrió la oportunidad de trabajar fuera de la empresa. Luego se pasó al concepto de “oficina móvil”, ya que los teléfonos celulares, laptops y tabletas permitieron que el teletrabajo no tenga que ser exclusivamente desde el hogar, sino desde cualquier lugar donde haya una conexión a internet o a una red de datos. La última etapa de esta evolución es la “oficina virtual”, que expande el concepto anterior con la aparición de los teléfonos inteligentes y la capacidad de tener información en la nube. Hoy en día, todo lo que necesitamos para teletrabajar entra en la palma de la mano.
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