3- Después de leer el acto sexto de la Celestina, analiza el dolor que produce la
indiferencia de la amada. ¿Consideras éticamente adecuada?
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Respuestas
Respuesta: Llegan a la puerta de la casa, donde los esperan MELIBEA y LUCRECIA, su criada.
CALISTO.- ¡Señora mía!
LUCRECIA.- Ésta es la voz de Calisto. ¿Quién está fuera?
CALISTO.- Aquel que viene a cumplir tu mandato. (Recapacitando.) He sido engañado. No era Melibea la que habló.
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MELIBEA.- Vete, Lucrecia, y acuéstate. (A CALISTO.) ¡Señor! ¿Cuál es tu nombre? ¿Quién te mandó venir aquí?
CALISTO.- La que tiene merecimiento para mandar a todo el mundo, aquella a la que no merezco servir. El dulce sonido de tu habla, que jamás cae de mis oídos, me certifica que tú eres mi señora Melibea. Yo soy tu siervo Calisto.
MELIBEA.- La sobrada osadía de tus mensajes me ha forzado a hablar, señor Calisto. Mi venida sólo tiene el propósito de despedirte. No quieras poner mi fama en la balanza de las lenguas maldicientes.
CALISTO.- ¡Oh malaventurado Calisto! ¡Cómo se burlan de ti tus sirvientes! ¡Oh engañosa mujer Celestina! Me hubieras dejado morir antes que avivar mis esperanzas. ¿No me dijiste que mi señora me era favorable? ¿En quién hallaré yo fe? ¿Quién osó darme tan cruda esperanza de perdición?
MELIBEA.- Cesen, señor mío, tus querellas, que ni mi corazón puede sufrirlas ni mis ojos disimularlas. Tú lloras de tristeza, juzgándome cruel; yo lloro de placer, viéndote tan fiel. ¡Oh mi señor y mi bien todo! Limpia, señor, tus ojos. Ordena de mí a tu voluntad.
CALISTO.- ¡Oh señora mía, esperanza de mi gloria, descanso y alivio de mi pena, alegría de mi corazón!
MELIBEA.- Señor Calisto, tu mucho merecer, tus extremadas gracias y tu alto nacimiento han hecho que, una vez que tuve noticia entera de ti, no te apartases en ningún momento de mi corazón. Las puertas impiden nuestro gozo y yo las maldigo y maldigo sus fuertes cerrojos y mis pocas fuerzas, que, de no ser así, ni tú estarías quejoso, ni yo descontenta.
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CALISTO.- ¿Cómo, señora mía, puede un palo impedir nuestro gozo? Permite que llame a mis criados para que lo quiebren.
PÁRMENO.- (A SEMPRONIO.) ¿Oyes, Sempronio? En mal punto creo yo que se empezaron estos amores. Yo no espero más aquí.
SEMPRONIO.- Calla, calla y escucha, que ella no consiente que vayamos allá.
MELIBEA.- ¿Quieres, amor mío, perderme a mí y dañar mi fama? Conténtate con venir mañana a esta hora por las paredes de mi huerto, que, si ahora quebrases las crueles puertas, aunque no fuésemos sentidos, amanecería en casa de mi padre la terrible sospecha de mi yerro.
PÁRMENO.- ¡Señor, sal presto, que viene mucha gente con hachas y serás reconocido, pues no hay donde puedas esconderte!
CALISTO.- ¡Oh mezquino, y cómo me veo obligado, señora, a separarme de ti! El miedo a la muerte no me fuerza tanto como tu honra. Que los ángeles queden contigo. Mi venida será, como ordenaste, por el huerto.
MELIBEA.- Que así sea y que Dios vaya contigo.
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