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Si tenemos en cuenta que hasta la Edad Media el cambio del horario de un día se medía con relojes de sol que eran poco exactos (ya que marcaban períodos de tiempo) y que con la Modernidad surge la noción de reloj tal cual lo conocemos hoy, es comprensible que a medida que pase el tiempo el ser humano haya necesitado controlar y saber con mayor exactitud el paso del tiempo.
Se diseñaron los husos horarios que permitieron dividir al mapa planisferio de la Tierra en 24 zonas horarias distintas, cada una representando a una de las 24 horas que ocupa un día. De este modo, cada huso horario significó que una región del planeta, en línea vertical, demostraba un horario y así en sucesivo respecto de las demás regiones. Esto se estableció a partir del meridiano de Greenwich que cruza Londres y que se tomó como parámetro cero desde el cual comenzar a contar. Existe en Londres, de hecho, un pequeño edificio donde se dispone visualmente el paso de este meridiano.
¿Por qué son útiles los husos horarios?
El haber dispuesto gráficamente los distintos horarios que cursa el planeta según una región es un artificio creado por el hombre de mucha utilidad para nuestras vidas. En primer lugar, nos permite ubicarnos dentro de una franja horaria dependiendo de cual sea nuestra localización en el mapa. Aquí hay que tener en cuenta que los husos horarios no son líneas verticales perfectas como los meridianos sino que han sido adaptadas a las diferentes fronteras de modo de lograr que en un país haya la menor variedad posible de horarios.
La utilidad del huso horario tiene que ver especialmente con poder calcular la distancia horaria que hay entre el lugar donde me ubico y cualquier otro punto del planeta. Esto se calcula a partir del meridiano de Greenwich, al cual se le deben sumar horas si uno se dirige a su oeste y restar horas si uno se dirige a su este.