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Casi quince años después de la conquista de México, indios del virreinato de Nueva España y soldados peninsulares representaron en una obra de teatro la toma de Jerusalén de 1099. En la ciudad de Tlaxcala, ambos ejércitos se preparaban, frente a cientos de espectadores, para asaltarla. En casas a medio construir, los encargados de la utilería habían levantado almenas y troneras.
Los invasores empezaron a subir los muros, mientras los infieles intentaban rechazarlos. La resistencia hizo que Carlos I de España y V de Alemania espoleara su caballo para apoyar a sus súbditos. Y de repente, apareció el Apóstol Santiago para apoyar a los cruzados. Así, tras resistir inútilmente, los moros entregaron las armas y pidieron ser bautizados. El final de la escena fue para muchos de los asistentes, como para los musulmanes representados, su iniciación en el cristianismo.
En la obra estrenada el día del Corpus participaron más de mil actores. Las instalaciones, los disfraces y la puesta en escena impresionaron a los asistentes. Pero una descripción minuciosa de la obra de Tlaxcala, apenas nos permitiría imaginar la primera campaña pedagógica del Nuevo Mundo. Mas en nuestra generación, tan enamorada del laicismo, hablar sobre los esfuerzos de los doctrineros es, o un anacronismo, o una afrenta contra el pasado indígena. Pero no es, sin embargo, en mi opinión, un desacierto resumir, en una revista sobre educación, algunos de sus métodos.
Fray Luis Caldera, en sus predicaciones, recurría a crueles analogías para advertir sobre los peligros del pecado: arrojaba perros y gatos a calderas hirviendo y entre lamentos y chillidos, señalaba los sufrimientos del infierno. Para describir la Pasión, Fray Antonio Roa se hacía azotar públicamente, y cargaba una pesada cruz. Pero, por si la imagen no había sido suficiente, se lanzaba con dramatismo sobre brasas encendidas.
Pero la enseñanza no se agotaba en pomposas escenificaciones y en lúgubres sermones. El progreso de los naturales y su gran predisposición hacia el aprendizaje motivaron al obispo y al virrey a auspiciar la creación de un colegio de estudios superiores en 1536.
Sus aulas fueron el centro de pensamiento más importante del continente durante el siglo XVI. En el colegio se publicaban traducciones, manuales de catequesis y ambiciosas investigaciones. Entre las importantes obras que se escribieron en sus recintos, está la gramática del náhuatl, una de las más antiguas del mundo moderno.
El lector podría indignarse justamente con la educación religiosa de Mesoamérica. Seguramente acusará a la iglesia por imponerse, y describirá como horrendos sus métodos. Mas no podrá dejar de reconocer que los frailes hicieron un gran esfuerzo por evangelización a los indios del Nuevo Mundo.