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Hacia 1840 Esteban Echeverría (1805-1851) escribió el relato El matadero, que buscaba ser un retrato cuestionador de la vida porteña en los años de formación de la Argentina. La situación social era complicada porque las peleas intestinas luego del proceso de la emancipación habían consagrado la división interna entre federales y unitarios, dos bandos políticos que se enfrentaban encarnizadamente por implantar visiones distintas de país. La nación estaba en un serio peligro de desestructuración ante las luchas fratricidas. El líder absoluto de los federales era el dictador Juan Manuel de Rosas, que gobernaba con mano durísima y simpatía de muchos.
Rosas, cuyo título era restaurador de las Leyes, preconizaba un nacionalismo criollo y populista, más reaccionario que conservador, opuesto al liberalismo ilustrado, y exigía de los suyos adhesiones incondicionales como que la gente debía usar los colores emblemáticos de su partido en las prendas de vestir como muestra de su credibilidad hacia el régimen. Por esos años había formado una policía política conocida por el pueblo como La Mazorca, en cuya siniestra presencia resonaba el apelativo de ‘más horca’, ya que resolvía las contradicciones con sus adversarios acallándolos y eliminándolos físicamente. Era un gobierno autoritario y represivo.
El rasgo característico de los federales, según el cuento de Echeverría, era su prepotencia: abusaban del poder porque controlaban la administración de justicia; por eso tenían aterrorizada a la población. El matadero describe los hilos grotescos que mueven el camal de Buenos Aires: el degüello de los novillos, los matarifes que parecen verdaderos asesinos, la sangre mezclada con la tierra y el lodo, los olores nauseabundos que inundan la ciudad. En un momento, el escritor compara este ambiente de descomposición y putrefacción en que funciona el matadero con la forma en que los federales abusivos ejercen el poder.
¿Es posible que, casi doscientos años después de escrito este cuento, pueda revivir la política del matadero? ¿Cómo es que por algún tiempo se pudo vivir bajo un régimen que, bajo la forma de una dictadura, eliminaba, silenciándolos, a sus contradictores? La lección del cuento es que es inaceptable la existencia de un solo único jefe para todos los poderes del Estado, porque esa es una manera perversa de entender el ejercicio de la política. En el episodio final de la corta narración, los carniceros acosan a un educado joven unitario y pretenden someterlo al castigo físico únicamente por no simpatizar con el partido de gobierno.
En una de las escenas más enigmáticas de las letras hispanoamericanas, para evitar ser vejado por los federales, este joven reacciona en forma inusitada: “Un torrente de sangre brotó borbolloneando de la boca y las narices del joven, y extendiéndose empezó a caer a chorros por entrambos lados de la mesa” en la que lo tenían atado. Dice Echeverría que los federales despreciaban “a todo el que no era degollador, carnicero, ni salvaje, ni ladrón; a todo hombre decente y de corazón bien puesto, a todo patriota ilustrado amigo de las luces y de la libertad”. No es legítima una autoridad que, con el sistema de justicia torcido, todo lo resuelva a punta de cuchillo, como en un matadero. (O)
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