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Sobre esos pilares fue construida la noticia, al menos desde el fin de la Primera Guerra Mundial, cuando el modelo anglosajón (en inglés las cinco W) se impuso en el periodismo: narraciones asépticas y aparentemente neutrales, que pregonaban como valor impoluto la objetividad, les explico a los alumnos del Taller de Redacción en marzo de 2003 y me pregunto: ¿alcanzan estas premisas para narrar el mundo actual?
En primer lugar: “La priorización extrema del dato, que iguala al hecho con la noticia, desdeña que ésta por ser un texto escrito es, básicamente, un relato del hecho –cito- La diferencia no es menor, ya que, al postular que los hechos son lo mismo que las noticias, se facilita el ocultamiento de los mecanismos de valoración informativa propios de la labor periodística”.
No es ninguna novedad. Si la objetividad pudo sortear indemne la Primera Guerra, se hizo trizas después de la Segunda. “Semana tras semana había yo contemplado cómo surgía, cómo florecía el aura oscuro de la muerte –recordó Jorge Semprún, escritor y sobreviviente del campo de concentración de Buchenwald– Compartíamos eso, esa certeza que crecía ensombreciendo su mirada, como un mendrugo de pan: signo de fraternidad. Como se comparte la vida que a uno le queda. La muerte, un mendrugo de pan, una especie de fraternidad. Nos concernía a todos, era la sustancia de nuestras relaciones. No éramos otra cosa más que eso, nada más –nada menos, tampoco- que esa muerte que crecía. La única diferencia entre nosotros era el tiempo que nos separaba de ella, la distancia todavía por recorrer”.
Qué? Un genocidio
Quién? Seis millones de judíos y otro tanto de gitanos, homosexuales, opositores políticos
Cómo? Asesinados
Cuándo? En el siglo XX
Dónde? En el Planeta Auschwitz
Por qué?
¿Se puede describir lo inconmensurable con objetividad?
“Humo: todo el mundo sabe lo que es, cree saberlo –agrega Semprún- En todas las memorias de los hombres hay chimeneas que humean. Rurales ocasionalmente, domésticas: humos de los dioses lares. Pero de este humo de aquí, no obstante, nada saben (...) Humo siempre presente, en penachos o en volutas, sobre la chimenea achaparrada del crematorio de Buchenwald”.