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Durante los últimos años del siglo XIX y las primeras décadas del XX, la burguesía, el grupo social más pujante, aumentó su poder económico e influencia, gracias a la propiedad de la tierra y de las grandes empresas industriales, financieras y comerciales. En este grupo también podemos incluir a las capas más altas de la Administración y de las profesiones liberales.
Los burgueses, a imitación de la aristocracia, gustaban de celebrar fiestas y reuniones en sus amplios salones. El hecho de que cada vez fueran más las personas que gozaban de una cierta prosperidad material y dispusieran de tiempo libre, hizo que las diversiones perdieran el carácter elitista que habían tenido hasta entonces.
Con la industrialización y el desarrollo tecnológico, las ciudades se hicieron más habitables. La iluminación eléctrica hizo las calles y plazas más seguras. También permitió a las clases medias y populares urbanas prolongar su tiempo de ocio, realizando fiestas o, simplemente, gozando de amplios y modernos paseos.
Las llamadas “sufridas clases medias” -pequeños comerciantes, abogados, médicos, enseñantes, etc-, gustaban de dejarse ver en los cafés de la época. En ellos, literatos y aprendices comentan la última novela aparecida. También se organizan tertulias, se charla de política o, simplemente, se toma café.
Eran muy frecuentes las reuniones literarias, políticas o musicales. La música ofreció amplias posibilidades en ese sentido, por lo que se propagó tanto su práctica, principalmente del piano, como la asistencia a conciertos. La ópera, en este periodo, se convirtió en el principal escenario de la burguesía, en el que tan importante era ver como ser visto.
En general, la sociedad urbana albergaba el sentimiento de estar participando de una era de progreso y expansión. Frecuentemente se celebraban grandes exposiciones, en las que se mostraban los últimos adelantos en las materias más diversas. Y también era habitual la creación de museos, con los que se trataba de instruir al público en los más variados saberes.