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Respuesta:
Briant tenía razón. No obstante, por más que este consejo fuese bueno, Doniphan y otros dos o tres que no se hallaban con ánimos de seguirlo, se agruparon hacia la proa, hablando en voz baja, y se comprendía claramente que Doniphan, Wilcox, Webb y otro llamado Cross, no parecían dispuestos a entenderse con Briant. Doniphan, especialmente, no pensaba someterse, porque se creía superior a todos sus compañeros en instrucción e inteligencia. Esta especie de envidia que experimentaba Doniphan respecto a Briant, tenía ya larga fecha, y además bastaba que este último fuese francés para que los demás, siendo ingleses, no quisieran ser por él dominados, siendo de temer, por lo tanto, que estas diferencias acrecentaran la gravedad de una situación de suyo embarazosa.
Sin embargo, Doniphan, Wilcox, Cross y Webb miraban el mar lleno de remolinos y surcado de corrientes contrarias, que no se podían atravesar sin graves peligros. El consejo de esperar algunas horas era justificado, y preciso fue que Doniphan y sus compañeros se rindiesen ante la evidencia, yéndose otra vez hacia la popa, en donde estaban los demás. Doniphan no replicó, pero sus compañeros y él persistieron en quedarse apartados de los demás, esperando la hora de proceder al salvamento. Briant procuró en vano asegurarse de ello con ayuda de los anteojos que encontró a bordo.
Briant divisó también la embocadura de un río a la derecha de la ribera. Briant y Gordon fijaron toda su atención en el mar. Con el cambio de dirección del viento, la calma se acentuaba, y apaciguándose la resaca, permitía notar el decrecimiento de las aguas a lo largo de las puntas de las rocas. Convenía, pues, esperar que la marea bajase por completo, y, sin embargo, una viva discusión se entabló entre los náufragos, discusión que tomó mayores proporciones entre Briant y Doniphan.
Este último, Wilcox, Webb y Cross, después de apoderarse de la canoa, preparábanse a lanzarla al mar, cuando Briant llegó a su lado. Así lo comprendió Gordon, a quien, como de mayor edad que los otros, y también más dueño de sí, no se le ocultó lo trascendental de semejante proceder, y tuvo el buen sentido de interponerse en favor de Briant. Doniphan, no seas terco, y esperemos un momento favorable para servirnos de la canoa. Muy oportuna, ahora como otras varias veces, fue la mediación de Gordon entre Doniphan y Briant, pues todos sus compañeros acataron su opinión.
La marea había bajado dos pies durante la disputa, y ya calmados los ánimos, surgió entre nuestros marineros la duda de si existiría algún canal entre las rocas, cosa que sería muy útil conocer. Briant, creyendo que se daría mucho mejor cuenta de la posición de las rocas observando desde el palo de mesana, se dirigió a la proa, asiéndose a los obenques de estribor, a fuerza de puños se elevó hasta las barras. Desde lo alto de las barras, sobre las que estaba a caballo, Briant se puso a observar el litoral, y con ayuda del anteojo examinó toda la playa hasta el pie del acantilado. Después de media hora de observación, Briant bajó a dar cuenta a sus compañeros de lo que había visto.
No lo creía así Mokó, y manifestó su parecer a Briant en voz baja, para no asustar a nadie. No desesperemos, Briant, y obremos con prudencia. Antes de ejecutar su peligroso proyecto, quiso Briant tomar una útil precaución para hacer frente a cualquier eventualidad. Es verdad que a unas sesenta yardas se veía el fondo, y se comprendía que seguía su lenta retirada, porque íbanse descubriendo también muchas puntas de rocas a lo largo de la playa.
No obstante, si Briant llegaba a colocar un cable en aquella dirección y conseguía fijarlo con solidez en una de las rocas, este cable, puesto muy tirante con ayuda del torno, les permitiría sostenerse hasta encontrar pie. Por peligroso que fuera su intento, no quiso Briant dejar a nadie que lo verificase en su lugar, y tomó sus disposiciones al efecto. Briant escogió uno de un grueso mediano, que le pareció conveniente, y rodeó la extremidad a su cintura después de desnudarse. Así es que se pusieron a desliar el cable para soltarle poco a poco, a fin de no amenguar las fuerzas de Briant.
Esta maniobra, difícil aun con un tiempo de calma, lo era mucho más con la resaca, que pegaba continuamente contra las rocas. El pobre Briant fue envuelto por las olas y llevado con irrebatible fuerza al centro del remolino. Y sus compañeros se apresuraron a ejecutar la maniobra para traer a Briant a bordo antes de que una inmersión demasiado larga produjera la asfixia. Agrupadas todas aquellas pequeñas criaturas, miraban cómo crecía el mar y cómo desaparecían las puntas de las rocas debajo del agua.
En aquel instante, una montaña de agua espumosa, llegando con la furia de un torrente, se levantó a dos brazas del buque, y cubriendo por completo el banco de arrecifes, levantó el yate y lo arrastró por encima de las rocas, sin que ninguna tocara a su casco.
Explicación:
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