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La virtud de la melancolía es una característica que el Estudio Ghibli ha desarrollado a través de los años; quizás se trate de un estilo que va ligado a las agridulces historias clásicas del Japón feudal, llenas de marcadas metáforas hacia la comunión con la naturaleza y las vicisitudes de las costumbres sociales. Algunos de estos tópicos son narrados en la historia de “El cortador de bambú”, el más antiguo texto que se conserva de la literatura japonesa en prosa, y en cuyas frases se basa El cuento de la princesa Kaguya, última película del realizador Isao Takahata, que se retira dejando la frente en alto.
Pero al final… ¿qué aporta Kaguya a la filmografía de Takahata? ¿Qué le aporta al estudio Ghibli? ¿Que la hace relevante o rompedora de paradigmas? Más allá de sus méritos técnicos, es también una película que narra con melancolía el final de una era, un cuento que metafóricamente critica los métodos de las sociedades, a través de las costumbres del Japón feudal, y cuyo arco emocional del protagonista guarda relación con los temas y desilusiones a las que el propio estudio se ha enfrentado.
Es una carta de amor, una especie de homenaje propio u homenaje hacia todas las ideas y personajes maravillosos que salieron de sus recintos. Se trata de un retorno hacia lo mínimo, hacia la calma, hacia adentro. Un final que no garantiza un nuevo inicio, pero que cierra con belleza una etapa. Después de un sinnúmero de obras que han quedado grabadas en la imaginación de millones de personas alrededor del mundo, Ghibli se saca un último as bajo la manga.
Es la película más lograda de sus últimas propuestas.
Respuesta:
Studio Ghibli?
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