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Un tigre iba por un pastizal buscando alguna para llenar su gran estómago cuando, por no mirar dónde pisaba, cayó en las profundidades de un pozo.
- ¿Y ahora cómo salgo de aquí? – se preguntó aterrado.
Saltó, rugió y trató varias veces de trepar, pero lo único que consiguió fue llenarse de tierra y romperse un par de uñas. Quiso la buena fortuna que pasara por allí un anciano peregrino que oyó el desgarrado lamento del animal y, conmovido por su situación, lo ayudó a salir de aquella trampa arrojándose con su naturaleza y en cuanto estuvo en libertad, se abalanzó sobre el hombre para zampárselo de un bocado.
- Pero… ¿qué haces? – protestó el anciano -. Acabo de salvarte la vida y ¿así me agradeces?
- Una cosa no tiene que ver con la otra. Tú me salvaste la vida porque quisiste hacerlo así. Yo te voy a comer porque sencillamente tengo hambre – y se aprestó a dar la primera dentellada.
- ¡Espera! – lo detuvo el peregrino -. ¡Al menos merezco piedad! ¡Pregúntale a cualquiera si lo que pido es justo!
El tigre lo pensó unos instantes y luego accedió:
- Está bien. Si consigues tres opiniones que coincidan con la tuya, te dejaré partir. Pero si no lo logras, te devoraré antes de que puedas decir “adiós”.
Así lo acordaron y fueron juntos a interrogar a una acacia que se hallaba a unos metros.
En cuanto conoció la historia, el árbol respondió quejumbroso:
- Ah, no sé que decirte, anciano, pues mi suerte no es mejor que la tuya. Vivo dándole refugio y sombra a cuanta criatura pasador aquí, ¿y qué recibo a cambio? Las bestias me arañan y los hombres me arrancan las ramas por pura diversión. Esa es la forma como me agradecen los buenos servicios que doy.
Fueron entonces a preguntarle al camino que bordeaba aquellos campos.
- ¡Ah, no soy yo quien pueda opinar sobre semejante tema! – se quejó, luego de escuchar la historia -. Presto un gran servicio permitiendo que la gente y los animales puedan transitar de un pueblo a otro, y ellos me agradecen abriéndome dolorosos surcos en el cuerpo y tirándome encima sus desperdicios. De modo que no creo que exista en este mundo eso que llamas gratitud, anciano.
- ¿Lo ves? – preguntó el tigre con expresión triunfal -. No hay razón por la cual yo no pueda comerte.
- Espera – pidió el peregrino -. Aún falta una tercera opinión. Le preguntaremos a ese chacal que viene por aquí.
Así olieron y el chacal, luego d escuchar la historia muy atentamente, comentó un tanto confundido:
- Es una historia bastante enredada y no la entendí muy bien. Tú dices que estabas dentro de un pozo cuando pasó el tigre y …
- No – lo corrigió el tigre -. Fue exactamente al revés.
- Aaaah – dijo el chacal como si ahora tuviera el panorama mucho más claro, y siguió hablando como si las cosas le hubieran ocurrido a él -. Entonces, yo caí en el pozo y… Ay, no. No fui yo, ciertamente. Empecemos de nuevo. ¿Quién cayó en el pozo y quién lo ayudó?
- ¡Yo caí en el pozo! – bramó el tigre, exasperado por la lentitud del razonamiento del pequeño animal.
- Aaaaaaahhhh – asintió el chacal y pareció que por fin había entendido, pero preguntó, frunciendo el ceño:
- ¿Y por qué te caíste?
Harto ya de dar explicaciones, el tigre lo llevó hacia el pozo y le explicó con mucha claridad cómo le había sucedido semejante cosa.
- Mmmh – murmuró el chacal -, todavía no me queda muy claro. Venías caminando y …
- ¡Te lo demostraré! – rugió el tigre fuera de sí.
Y caminó directamente al pozo y se tiró en su interior.
- ¿Ahora has entendido por fin? – preguntó desde las profundidades.
- Sí, ahora entendí todo bien clarito – respondió el chacal mirándolo desde el borde.
- Bien, entonces ayúdame a salir de aquí, así terminamos con este asunto cuanto antes.
- Mmh… - dudó el otro -, no lo creo. Si he entendido bien – y creo que así es -, tú piensas que no debes corresponder a los buenos servicios que te prestan. De modo que, si tu único propósito al salir será devorarnos y no agradecer, no veo razón alguna por la que alguien deba ayudarte. Me pediste opinión y es esta. Ahora, creo que mejor te dejamos solo un rato, así podrás pensarlo tranquilo.
Y se sentó en un tronco a charlar animadamente con el hombre, mientras el tigre, en el pozo, ensayaba las mil y una formas de pedir perdón para que lo sacaran de allá.
- ¿Y ahora cómo salgo de aquí? – se preguntó aterrado.
Saltó, rugió y trató varias veces de trepar, pero lo único que consiguió fue llenarse de tierra y romperse un par de uñas. Quiso la buena fortuna que pasara por allí un anciano peregrino que oyó el desgarrado lamento del animal y, conmovido por su situación, lo ayudó a salir de aquella trampa arrojándose con su naturaleza y en cuanto estuvo en libertad, se abalanzó sobre el hombre para zampárselo de un bocado.
- Pero… ¿qué haces? – protestó el anciano -. Acabo de salvarte la vida y ¿así me agradeces?
- Una cosa no tiene que ver con la otra. Tú me salvaste la vida porque quisiste hacerlo así. Yo te voy a comer porque sencillamente tengo hambre – y se aprestó a dar la primera dentellada.
- ¡Espera! – lo detuvo el peregrino -. ¡Al menos merezco piedad! ¡Pregúntale a cualquiera si lo que pido es justo!
El tigre lo pensó unos instantes y luego accedió:
- Está bien. Si consigues tres opiniones que coincidan con la tuya, te dejaré partir. Pero si no lo logras, te devoraré antes de que puedas decir “adiós”.
Así lo acordaron y fueron juntos a interrogar a una acacia que se hallaba a unos metros.
En cuanto conoció la historia, el árbol respondió quejumbroso:
- Ah, no sé que decirte, anciano, pues mi suerte no es mejor que la tuya. Vivo dándole refugio y sombra a cuanta criatura pasador aquí, ¿y qué recibo a cambio? Las bestias me arañan y los hombres me arrancan las ramas por pura diversión. Esa es la forma como me agradecen los buenos servicios que doy.
Fueron entonces a preguntarle al camino que bordeaba aquellos campos.
- ¡Ah, no soy yo quien pueda opinar sobre semejante tema! – se quejó, luego de escuchar la historia -. Presto un gran servicio permitiendo que la gente y los animales puedan transitar de un pueblo a otro, y ellos me agradecen abriéndome dolorosos surcos en el cuerpo y tirándome encima sus desperdicios. De modo que no creo que exista en este mundo eso que llamas gratitud, anciano.
- ¿Lo ves? – preguntó el tigre con expresión triunfal -. No hay razón por la cual yo no pueda comerte.
- Espera – pidió el peregrino -. Aún falta una tercera opinión. Le preguntaremos a ese chacal que viene por aquí.
Así olieron y el chacal, luego d escuchar la historia muy atentamente, comentó un tanto confundido:
- Es una historia bastante enredada y no la entendí muy bien. Tú dices que estabas dentro de un pozo cuando pasó el tigre y …
- No – lo corrigió el tigre -. Fue exactamente al revés.
- Aaaah – dijo el chacal como si ahora tuviera el panorama mucho más claro, y siguió hablando como si las cosas le hubieran ocurrido a él -. Entonces, yo caí en el pozo y… Ay, no. No fui yo, ciertamente. Empecemos de nuevo. ¿Quién cayó en el pozo y quién lo ayudó?
- ¡Yo caí en el pozo! – bramó el tigre, exasperado por la lentitud del razonamiento del pequeño animal.
- Aaaaaaahhhh – asintió el chacal y pareció que por fin había entendido, pero preguntó, frunciendo el ceño:
- ¿Y por qué te caíste?
Harto ya de dar explicaciones, el tigre lo llevó hacia el pozo y le explicó con mucha claridad cómo le había sucedido semejante cosa.
- Mmmh – murmuró el chacal -, todavía no me queda muy claro. Venías caminando y …
- ¡Te lo demostraré! – rugió el tigre fuera de sí.
Y caminó directamente al pozo y se tiró en su interior.
- ¿Ahora has entendido por fin? – preguntó desde las profundidades.
- Sí, ahora entendí todo bien clarito – respondió el chacal mirándolo desde el borde.
- Bien, entonces ayúdame a salir de aquí, así terminamos con este asunto cuanto antes.
- Mmh… - dudó el otro -, no lo creo. Si he entendido bien – y creo que así es -, tú piensas que no debes corresponder a los buenos servicios que te prestan. De modo que, si tu único propósito al salir será devorarnos y no agradecer, no veo razón alguna por la que alguien deba ayudarte. Me pediste opinión y es esta. Ahora, creo que mejor te dejamos solo un rato, así podrás pensarlo tranquilo.
Y se sentó en un tronco a charlar animadamente con el hombre, mientras el tigre, en el pozo, ensayaba las mil y una formas de pedir perdón para que lo sacaran de allá.
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