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En Jerusalén, el 15 de diciembre de 1961, Adolf Eichmann fue condenado a muerte por un tribunal formado por los jueces Moshe Landau, Benjamin Halevy y Yitzhak Raveh. Adolf Eichmann había sido, en los años del Tercer Reich de Hitler, teniente coronel de las SS y jefe de la Sección IVB4 de la Gestapo, encargada de los transportes de judíos a los campos de concentración para su exterminio. Eichmann cumplió su cometido con eficacia y brillantez y fue felicitado y condecorado por ello.
Unos días más tarde, el 27 de diciembre, Stanley Milgram, de la Universidad de Yale, envió a los editores de la revista Journal of Abnormal and Social Psychology un artículo, el primero que publicaba sobre este tema, titulado “Behavioral study of obedience” (“Estudio conductual de la obediencia”).
Ambos hechos, que parecen lejanos, están relacionados. Eichmann utilizó la obediencia a su gobierno como base de su conducta. Lo había dejado escrito Hitler en su libro “Mi lucha” cuando aseguró que la potencialidad de un partido político no reside en su inteligencia ni en la independencia espiritual de sus miembros, sino “más bien en la obediencia disciplinada con que ellos se subordinan a sus dirigentes”. El mismo Eichmann declaró, como escribió Hannah Arendt en su libro sobre el juicio en Jerusalén, que “su culpa provenía de la obediencia, y la obediencia es una virtud harto alabada”.
Y la obediencia como conducta era el objetivo de los estudios de Milgram. Venía de una familia judía y sus padres, Samuel y Adele, habían emigrado a Estados Unidos desde Europa Oriental, la madre de Rumania y el padre de Hungría. Stanley nació en el Bronx, en Nueva York, el 15 de agosto de 1933. Hizo la tesis en Harvard y trabajó en Yale hasta volver a Nueva York, a la Universidad de la Ciudad de Nueva York, donde permaneció hasta su muerte en 1984.
Habían pasado 15 años desde el final de la Segunda Guerra Mundial, y Milgram conocía lo que allí había pasado, los campos de concentración y las matanzas de judíos, y quería entender cómo miles de alemanes y de otros europeos habían obedecido a los nazis y habían participado en los crímenes de la guerra.
Empecemos por consultar el Diccionario de la Lengua para centrar con rigor lingüístico que es la obediencia. Allí, además de otras definiciones, hay una que creo corresponde a lo que tratamos. Es la “obediencia debida”, y dice así: “Obediencia que se rinde al superior jerárquico y es circunstancia eximente de responsabilidad en los delitos”. Esta es la obediencia que alega Eichmann y es la que intriga a Milgram.
Su estudio conmovió al mundo académico y a la sociedad en general. Comienza Milgram con la afirmación de que la obediencia es un elemento básico de la estructura social. Algún sistema de autoridad es necesario en la vida de la comunidad. Quien vive solo es el único que no necesita someterse o desafiar a una autoridad. Y como somos una especie grupal, social se dice ahora, en nuestra comunidad debe haber autoridad y obediencia, o rebelión.
Para Milgram, como escribe él mismo, la obediencia, como determinante de la conducta, tiene particular relevancia en nuestro tiempo, y también en su tiempo, con la posguerra tan cercana y en medio de la guerra fría. Añade que, entre 1933 y 1945, millones de personas fueron asesinadas. Se construyen enormes y avanzadas instalaciones para matar, todo el sistema ferroviario europeo funcionó para transportar a los que serían asesinados, y la industria química investigó y fabricó grandes cantidades de gases tóxicos para cumplir eficazmente los objetivos marcados. Se dice que todo fue idea de un hombre pero, para hacerlo, se necesitaron muchas personas, miles y miles, que, simplemente, obedecieron. Y eso declaran y así se justifican.
Es la obediencia el mecanismo psicológico que une lo que hace un individuo con lo que marcan las consignas políticas en las que cree. Como afirma Milgram, es la obediencia lo que une a los hombres con la autoridad. Y, añade, el Tercer Reich era un régimen construido sobre el más riguroso código de obediencia. Todo se hizo en nombre de la obediencia debida, aquella que, según nuestro Diccionario, lo excusa todo.
Es lo que va a investigar Milgram, algo así como la obediencia a una escala mínima pues, simplemente, será ordenar a una persona ingenua y descuidada, que administre una descarga eléctrica a la víctima. Parece que comenzó su experimento en julio de 1961, recién iniciado el juicio a Eichmann en abril del mismo año.
Trabaja con 40 voluntarios, todos hombres, con edades entre 20 y 50 años. Entre ellos hay profesionales, trabajadores, comerciales, oficinistas y hombres de negocios. En el experimento intervienen también el científico y la víctima. El científico es un profesor de biología del centro, de 31 años de edad, siempre educado y tranquilo pero enérgico si es necesario, y siempre con su bata gris. La víctima tiene 47 años, de origen irlandés y siempre educado y agradable. En realidad, es un actor bien preparado.