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"la mujer en el Antiguo Egipto" es mejor que el que ocupaba en otras culturas de la época, e incluso de épocas posteriores. Aunque el hombre y la mujer tradicionalmente tenían prerrogativas bien diferenciadas en la sociedad, no parece que hubiera una barrera insuperable para quien quisiera variar el esquema. El egipcio de aquel tiempo no reconocía a la mujer como igual al varón, sino como su complemento. Este respeto se expresaba claramente tanto en la teología como en la moral, pero es bastante difícil determinar su grado de aplicación en la vida cotidiana de los egipcios. Eso sí, está muy distante de la sociedad griega, donde la mujer era considerada como «un menor de edad eterno». Por otra parte, la literatura egipcia no vacila en presentar la mujer como frívola, caprichosa y poco fiable, pero a pesar de todo, las egipcias se beneficiaron de una posición que se encontraba en pocas sociedades.
Busto de princesa hallado en Tell el Amarna.
Igualdad ante la ley
Dueña de la casa
Nebet-per
Nb.t-pr
en jeroglífico
Para los antiguos egipcios, los niños eran lo más importante. En la familia, la mujer era la «dueña de la casa», a diferencia de la Antigua Grecia o Roma, donde el páter familias era el hombre.
Parece que varón y mujer eran iguales ante la ley, en contraste con el derecho griego y el romano. Ellas podían manejar su propia herencia o estar al frente de un negocio, como la dama Nenofer en el Imperio Nuevo; podían ser también médicos, como la dama Peseshet durante la Dinastía IV.
Escena de caza
Al casarse, la mujer mantenía su nombre, con el añadido «esposa de X», lo que es natural ya que el matrimonio no constaba como un acto administrativo, cosa rara en un Estado con la mayor burocracia posible, ni tampoco era una demostración religiosa. Simplemente, ratificaba el hecho de que un hombre y una mujer deseaban convivir, eso en el caso en que se hiciera un contrato matrimonial, que no era necesario más que a efectos económicos para diferenciar el patrimonio de cada cual.[1]
El marido debía garantizar el bienestar de su esposa, incluyendo, por supuesto, el plano material. El escriba Ani del Imperio Nuevo aconsejaba así al futuro esposo:
Si eres sabio, mantén tu casa, ama a tu mujer, aliméntala apropiadamente, vístela bien. Acaríciala y cumple sus deseos. No seas brutal, obtendrás más de ella por la consideración que por la violencia: si la empujas, la casa va al agua. Ábrele tus brazos, llámala; demuéstrale tu amor.
Por supuesto las cosas no siempre transcurrían de forma idílica, y el divorcio estaba admitido. Se daba por iniciativa de uno u otro cónyuge: si procedía el marido, tenía que ceder una parte de los bienes a su esposa; si era la mujer quien tomaba la iniciativa, ella tenía la misma obligación, pero en una medida menor. Existía la posibilidad del recurso ante la Administración, para recuperar los bienes del hogar, aunque aquella no hubiera intervenido en el matrimonio. Podía ganar el juicio y casarse de nuevo, como lo demuestran los papiros arameos de Elefantina (siglo V a. C.).
El himno a Isis (papiros de Oxirrinco, siglo II a. C.), muestra esta igualdad de la mujer y el hombre, dirigiéndose a la diosa «el honor del sexo femenino»:
Eres la dueña de la tierra [...] tú has dado un poder a las mujeres igual al de los hombres.
También se la consideraba compañera de su esposo, y solía acompañarle en múltiples ocasiones a cazar y a pescar, cogidos de la mano y a veces desempeñaba el papel de consejera, incluso en asuntos políticos.
Desgraciadamente, la insistencia de los moralistas egipcios en recordar al hombre sus deberes hacia las mujeres, hace suponer que no fue raro en la práctica que los varones abusaran de su posición.
Los hijos, frecuentemente, se designaban con el nombre de su madre, ya que el nombre del padre era secundario. Como en todas las culturas tradicionales, había un gran vínculo entre generaciones familiares siendo norma que los hijos protegieran a sus progenitores ancianos. En la casa de familias acomodadas, la mujer tenía sus propias estancias, el opet, donde convivía con sus hijos y la servidumbre.
Son innumerables sus representaciones al lado de su marido. Durante el Imperio Antiguo, aunque las representaciones de las mujeres estaban jerarquizadas y eran de menor tamaño que la de sus maridos, su importancia social era destacable, pues además, las propiedades pasaban de madres a hijas.