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:Mara llega a una plaza huyendo. Elige un refugio en la copa de un árbol. Es buena trepando. Se cobija en sus ramas y arma su propio nido con una tela que es su catarsis también. Hay un chico que la sigue y otro que la observa. Para ella todo es peligroso porque huye de una situación de violencia que parte desde el adentro de su casa. Ningún ser querido puede ayudarla hasta el momento. Los días pasan y Leonor, una mujer casi anciana, intuye que algo sucede y decide ayudarla. Mara y su nuevo mundo también corren peligro porque el desamparo desborda las situaciones cotidianas, se derrama en las nuevas, se cuela en las grietas menos pensadas.
El escenario de la seguridad, aparentemente en las alturas, por momentos es vulnerable. Darío, un chico que trabaja en una obra en construcción, aportará su espera para que Mara pueda confiar.
La escritura de Paula Bombara en esta historia tiene el ritmo de los movimientos que Mara hace en las telas y se parece mucho a la de El mar y la serpiente. Oraciones cortas al principio, frases contundentes, un reposo inesperado para crear un clima que se hace asfixiante por momentos (los párrafos se alargan) y finalmente logra el aire en los tiempos que la narración necesita respirar.
El narrador incluye al receptor y deja espacio para la introspección de Mara, de Leonor, de Darío, la brutalidad y la amenaza de Maxi, la impotencia de la madre y la hermana.
La chica pájaro integra la lista White Ravens 2016 del catálogo de la Internacionale Jungendbibliothek de Munich.