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Desde mi celda Cartas literarias Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870)
Monasterio de Veruela, 1864.
Queridos amigos:
Heme aquí transportado de la noche a la mañana a mi escondido valle
de Veruela; heme aquí instalado de nuevo en el oscuro rincón del cual salí por
un momento para tener el gusto de estrecharos la mano una vez más, fumar un
cigarro juntos, charlar un poco y recordar las agradables, aunque inquietas
horas de mi antigua vida. Cuando se deja una ciudad por otra, particularmente
hoy, que todos los grandes centros de población se parecen, apenas se
percibe el aislamiento en que nos encontramos, antojándosenos, al ver la
identidad de los edificios, los trajes y las costumbres, que al volver la primera
esquina vamos a hallar la casa a que concurríamos, las personas que
estimábamos, las gentes a quienes teníamos costumbre de ver y hallar de
continuo. En el fondo de este valle, cuya melancólica belleza impresiona
profundamente, cuyo eterno silencio agrada y sobrecoge a la vez; diríase, por
el contrario, que los montes que lo cierran como un valladar inaccesible me
separan por completo del mundo. ¡Tan notable es el contraste de cuanto se
ofrece a mis ojos; tan vagos y perdidos quedan al confundirse entre la multitud
de nuevas ideas y sensaciones los recuerdos de las cosas más recientes!
Ayer, con vosotros en la tribuna del Congreso, en la redacción, en el
teatro Real, en La Iberia; hoy, sonándome aún en el oído la última frase de una
discusión ardiente la última palabra de un artículo de fondo, el postrer acorde
de un andante, el confuso rumor de cien conversaciones distintas, sentado a la
lumbre de un campestre hogar donde arde un tronco de carrasca que salta y
cruje antes de consumirse, saboreo en silencio mi taza de café, único exceso
que en estas soledades me permito sin que turbe la honda calma que me rodea
otro ruido que el del viento que gime a lo largo de las desiertas ruinas y el agua
que lame los altos muros del monasterio o corre subterránea atravesando sus
claustros sombríos y medrosos. Una muchacha con su zagalejo corto y
naranjado, su corpiño oscuro, su camisa blanca y cerrada, sobre la que brillan
dos gruesos hilos de cuentas rojas, sus medias azules y sus abarcas atadas
con un listón negro, que sube cruzándose caprichosamente hasta la mitad de la
pierna, va y viene cantando a media voz por la cocina, atiza la lumbre del
hogar, tapa y destapa los pucheros donde se condimenta la futura cena, y
dispone el agua hirviente, negra y amarga que me mira beber con asombro. A
estas alturas, y mientras dura el frío, la cocina es el estrado, el gabinete y el
estudio.
abismo de cuartillas que se llama periódico, especie de tonel que, como al de
las Danaidas, siempre se le está echando original y siempre está vacío. Las
únicas ideas que me han quedado como flotando en la memoria y sueltas de la
masa general que ha oscurecido y embotado el cansancio del viaje, se refieren
a los detalles de éste, que carecen en sí de interés, que en otras mil ocasiones
he podido estudiar, pero que nunca, como ahora, se han ofrecido a mi
imaginación en conjunto y contrastando entre sí de un modo tan extraordinario
y patente.
Explicación:
Buscala son varias valora mi esfuerzo
Gracias
Gustavo Adolfo bécquer
Explicación:
-los ojos verdes
-La coraza blanca