el cuento completo de Baba Abdalah Abdalah por favor ¿ quién.y como es Baba Abdalah el protagonista de esta historia
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HISTORIA DEL CIEGO QUE SE HACIA ABOFETEAR EN EL PUENTE
"Has de saber ¡oh Emir de los Creyentes! que, por lo que a mí respecta, en tiempos de mi juventud yo era conductor de camellos. Y gracias a mí trabajo y a mi perseverancia, acabé por ser propietario de ochenta camellos de mi exclusiva pertenencia. Y los alquilaba a las caravanas que comerciaban de un país en otro, y en época de peregrinación, lo cual me valía crecidos beneficios y hacía aumentar de año en año mi capital y mis intereses. Y con mis beneficios aumentaba de día en día mi deseo de ser más rico aún, y no pensaba nada menos que en llegar a ser el más rico de los conductores de camellos del Irak.
Un día entre los días, regresando yo de Bassra de vacío con mis ochenta camellos, a los que había conducido a aquella ciudad cargados de mercaderías con destino a la India, y habiendo hecho alto junto a un depósito de agua para darles de beber y dejarlos pacer por las cercanías, vi avanzar en dirección mía a un derviche. Y el tal derviche me abordó con aire cordial, y después de las zalemas por una y otra parte, se sentó a mi lado. Y reunimos nuestras provisiones, y con arreglo a las costumbres del desierto, tomamos juntos nuestra comida. Tras de lo cual nos pusimos a hablar de unas cosas y de otras y nos interrogamos mutuamente acerca de nuestro viaje y de su punto de destino. Y él me dijo que se dirigía a Bassra y yo le dije que iba a Bagdad. Y cuando reinó la intimidad entre nosotros, le hablé de mis negocios y de mis ganancias y le di cuenta de mis proyectos de riquezas y de opulencia.
Y dejándome hablar hasta que concluí, el derviche me miró sonriendo y me dijo: "¡Oh mi señor Babá-Abdalah, cuánto trabajo te tomas para llegar a un resultado tan poco proporcionado, cuando a veces basta un recodo del camino para que el destino os haga, en un abrir y cerrar de ojos, no solamente más rico que todos los conductores de camellos del Irak, sino más poderoso que todos los reyes de la tierra reunidos!". Luego añadió: "¡Oh mi señor Babá-Abdalah! ¿Oíste alguna vez hablar de tesoros escondidos y de riquezas subterráneas?" Y contesté: "Ciertamente, ¡oh derviche! he oído hablar a menudo de tesoros escondidos y de riquezas subterráneas. Y todos sabemos que cada uno de nosotros puede, si tal es el decreto del Destino, despertarse un día más opulento que los reyes todos. Y no hay un labrador que, al labrar su tierra, no piense que llegará día en que caiga sobre la piedra sellada de algún tesoro maravilloso, y no hay un pescador que, al arrojar sus redes al agua, no piensa en que llegará día en que saque la perla o la gema marina que le llevará al límite de la opulencia. ¡Pues no soy un ignorante, ¡oh derviche! y además estoy persuadido de que los hombres de tu corporación conocen secretos y palabras de gran poder!"
Y al oír este discurso, el derviche cesó de escarbar en la arena con su báculo, me miró de nuevo y me dijo: "¡Oh mi señor Babá-Abdalah! creo que hoy no has tenido un mal encuentro al encontrarte conmigo, y se me antoja que este día es para ti precisamente el día en que hará recodo el camino que te conduzca frente a tu destino". Y le dije: "¡Por Alah, ¡oh derviche! que le acogeré con firmeza y con ojos llenos, y tráigame lo que me traiga, lo aceptaré con corazón agradecido!" Y me dijo él: "¡Entonces, levántate ¡oh pobre! y sígueme!"
Y se irguió sobre ambos pies, y echó a andar delante de mí. Y le seguí, pensando: "¡Sin duda hoy es el día de mi destino, después de tanto tiempo como llevo aguardándole!" Y al cabo de una hora de marcha llegamos a un pequeño valle bastante espacioso, cuya entrada era tan estrecha que mis camellos apenas podían pasar por ella uno a uno. Pero no tardó en ensancharse el terreno con el valle, y nos vimos al pie de una montaña tan impracticable, que no había ni que pensar que una criatura humana llegase por allí nunca hasta nosotros. Y el derviche me dijo: "Henos aquí llegados adonde había que llegar. Por lo que a ti respecta, para tus camellos y haz que se sienten, a fin de que, cuando llegue el momento de cargarlos con lo que vas a ver, no nos cueste trabajo el hacerlo". Y contesté con el oído y la obediencia, y me dediqué a sentar a todos los camellos, uno tras de otro, en el amplio espacio que se extendía al pie de aquella montaña, tras de lo cual me reuní con el derviche y le encontré con un eslabón en la mano prendiendo fuego a un montón de leña seca. Y en cuanto brotó llama del montón de leña, el derviche arrojó a él un puñado de incienso macho, pronunciando palabras cuyo significado no comprendí. Y al punto se elevó por el aire una columna de humo que el derviche partió en dos con su báculo. Y en seguida una roca grande, frente a la cual nos encontrábamos, se separó por la mitad y nos dejó ver una ancha abertura en el sitio donde un instante antes había una muralla.