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¿Qué sentido tiene aplicar el nombre de cazadores a unas grupos sociales en los que rara vez el consumo de carne supera el 40% del peso total de los alimentos que ingieren sus individuos? (2).
La movilidad y la imprevisibilidad de las piezas de caza, el riesgo que la actividad y el bajo rendimiento que implica, contrasta con la sedentariedad de los vegetales y la seguridad de que cada año crecen en el mismo sitio. Podría ser más descriptivo, atendiendo a su dieta, llamar a estas sociedades como sociedades de recolectores y cazadores.
Valdés (1977: 15-17) resume la conveniencia del término "cazadores" básicamente por la conciencia de los pueblos sobre sí mismos y sobre su actividad. Si bien desde el punto de vista energético la presencia vegetal es mucho más importante que la de carne, Valdés aduce a las estrategias mentales que implica la caza, donde el disparo es tan solo el acto penúltimo, precedido por la exploración del terreno y la persecución (Valdés 1977: 25) y el conocimiento de las costumbres de los animales perseguidos (Cashdan 1991: 59). Es decir, lo que Valdés propone es que la actividad y la conciencia de cazadores organizaron la estructura de las sociedades aunque no su dieta -aduce a la posibilidad de compartir la carne como motor para prolongar la dependencia (y el aprendizaje) de la prole con respecto a sus progenitores, lo que reforzaría la unión entre madres e hijos restringiendo la actividad de la mujer y dando lugar tanto a una primera fase en la formación de la unidad familiar como a una división de funciones por sexos-.
La cuestión del tiempo de trabajo y el tiempo de ocio entre los cazadores y recolectores ha sido tema de discusión entre los antropólogos. La opulenta sociedad primitiva -ciertamente idealizada-, en la que las necesidades tienen en cuenta la probabilidad de ser saciadas, permiten que con una cantidad de horas de trabajo mínimas (en relación a los baremos occidentales) y no llevadas a cabo por todos los individuos del grupo, se asuman las tasas alimenticias necesarias para mantener a todo el poblado. Esto supone que, en ciertos momentos (las estaciones menos propicias para la búsqueda de alimento), algunos pueblos sufran hambre y sed -en su estudio sobre los g/wi, Silberbauer (1983), comenta cómo mientras durante la mayor parte del año la dieta del pueblo parece adecuada, a comienzos de verano sufren una pérdida de peso y se quejan de hambre y sed- si bien, parece ser la norma que no suela faltar alimento durante más de uno o dos días seguidos (Woodburn, citado en Sahlins 1977: 50).
La división del trabajo que se atribuye convencionalmente a estas sociedades es simple: los hombres cazan, las mujeres recolectan. Harris y Ross (1991: 31) contemplan la posibilidad de que durante el Paleolítico las estrategias de caza hubieran sido transmitidas a individuos de ambos sexos, en gran parte debido a la probable alta mortalidad y la peligrosidad de la caza de entonces. Una excesiva rigidez en la división sexual del trabajo podría, por esto, provocar una falta en los alimentos de origen animal, preferencia del grupo humano.
Tampoco está claro que los grupos cazadores modernos (estudiados a partir de la expansión europea) dividan sus tareas en una especialización sexualmente inamovible. La carga del cuidado de los niños recae en las mujeres provocando un "ingreso cesante" (Harris y Ross 1991) por su parte. Lee (1981) en su artículo sobre los !kung no contempla este tipo de trabajo femenino (por no proveer de alimento al grupo), lo que le lleva a suponer un mayor esfuerzo, contabilizado en horas de trabajo productivo, a la actividad de los hombres por contraposición a la de las mujeres (3). En cualquier caso, y teniendo en cuenta las variantes locales, puede decirse que en mayor o menor medida, los hombres nunca han dejado de recolectar mientras cazan, y las mujeres nunca han dejado de cazar mientras recolectan (Valdés 1977: 16).