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La obra de Felisberto Hernández representa sin duda una de las producciones narrativas más originales de la literatura hispanoamericana del siglo Veinte. José Miguel Oviedo la define «inquietante y misteriosa» (2001: 46), Francisco Lasarte «desconcertante» (1978: 57), Claudio Paolini «singular» (2003), Jason Wilson alude a una escritura en la que «el absurdo relativiza completamente lo literario» (1977: 340) e Italo Calvino en su nota introductoria a la edición italiana de Nadie encendía las lámparas, se refiere al autor uruguayo como a «uno scrittore che non somiglia a nessuno [...], un ‘irregolare’ che sfugge a ogni classificazione e inquadramento» (1983: V). Esta percepción de la unicidad y la extrañeza que marcan la «literatura autónoma» (Lasarte 1978: 77) de Hernández, notoriamente se manifiesta también en las tentativas por parte de la crítica de adscribirla a un género narrativo o a una corriente estética. Aunque la mayor parte de los críticos tiendan a considerar su obra como una forma de literatura fantástica, en realidad la escritura muy personal del autor presenta, junto con aspectos indudablemente propios de este género, peculiaridades expresivas, estilísticas y temáticas que evidencian los límites y la parcialidad de esta clasificación1. Otros estudiosos, en relación sobre todo a la primera de las tres etapas en que ha sido subdividida la trayectoria artística de Hernández2, ponen de relieve la matriz vanguardista de su escritura, en cuanto caracterizada por «textos fragmentarios, desarticulados, construcciones discontinuas, reflexiones sobre el acto de escribir, repeticiones que intentan reflejar el discurso hablado» (Martínez 2007: 132-33). De modo análogo, han sido evidenciadas notables afinidades con el surrealismo – Calvino alude al «automatismo casi onírico de su imaginación» (1985: 4) – y el realismo mágico, al que algunos críticos acercan el nombre de Felisberto en calidad de precursor. Gabriel García Márquez, que expresó públicamente su deuda hacia el autor uruguayo3, en Colombia fue entre los primeros en descubrir su narrativa, gracias a los cuentos Nadie encendía las lámparas y Muebles “El Canario”, publicados en 1950 en la revista «Crónica» de Barranquilla, de la cual el futuro premio Nobel era redactor jefe(Gilard 1984: 929).
Explicación:CORONITA POR RFAVOR