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SELECCION PARA PREMIO DEL LECTOR (VII) El enano era feo y cojo. No tenía otra gracia que la de ser enano. No era acróbata, ni payaso, ni malabarista, ni contador de chistes, ni nada. Le bastaba salir a la pista apoyado en su bastoncito, y la gente se reía. El no hacía nada. No decía nada. La gente se reía y con ganas. El empresario del circo nunca entendió a ciencia cierta por qué, pero el hecho es que en un momento de la función el enano entraba renqueando en su bastoncito y se paraba en la mitad de la circunferencia central, y cuando las luces se apagaban y dejaban el chorro de un solo reflector sobre su figura chueca y diminuta, inexpresiva, inmóvil, la gente estallaba en carcajadas. De qué se reían, no se sabe. No se supo. La misma gente a quien se le preguntó no lo sabía. Pero el número no fallaba nunca. Esa fue la razón por la cual permaneció en el circo durante tantos años, hasta el trágico final de su vida.
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No le gustaba él domador