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Para algunas personas podría resultar sumamente extraño observar en una danza del altiplano la presencia de personajes de raza negra con evidentes exageraciones en sus rasgos físicos y conductuales y bailando al ritmo contagiante de las matracas y los bombos que recuerdan, en cierta forma, la música con contenido africano.
En realidad, los individuos de raza negra si bien no son originarios de Latinoamérica, tienen una presencia muy antigua en el continente. Paul Rivet, el autor de Los orígenes del hombre americano (1943) les da a los individuos melanesios (provenientes de las “islas de los negros”) un carácter de “elementos componentes de las características del hombre americano”. Para él la presencia del negro en nuestras latitudes es muy anterior al momento mismo de la llegada de los europeos, en el siglo XV, y estima, aportando pruebas al respecto, que los inmigrantes, llegados miles de años antes, se establecieron en el Darién (serranía colombiano-panameña), Venezuela, la costa del Perú y la baja Bolivia.