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Numerosos naufragios ocurrieron en los mares que separan a Filipinas de Japón en la segunda mitad del siglo XVI y el primer tercio del XVII. La mayoría de esos hundimientos culminaron en tragedia, con la desaparición de embarcaciones y tripulaciones completas, mientras que otros fueron causa de incidentes y desencuentros entre japoneses y españoles.
Víctima de uno de esos trágicos eventos, sin duda el más renombrado en México, fue el que sufrió en 1596 Felipe de Jesús y otros veinticuatro frailes franciscanos, la mayoría japoneses convertidos a la fe cristiana. El fraile mexicano y sus acompañantes habían partido de Manila con rumbo a la Nueva España, pero un tifón y la fatalidad los llevaría a las costas japonesas en un momento en que el shogún Toyotomi Hideyoshi había adoptado una actitud intransigente contra la predicación del cristianismo. El resultado fue la confiscación de la carga del buque en que viajaban. Y aun ante las protestas a que diera lugar la pérdida de la carga, Hideyoshi ordenó la crucifixión en Nagasaki de todos los frailes que viajaban en el mismo.
La muerte de Hideyoshi en 1598, y el ascenso al poder en 1600 de un nuevo shogún, Tokugawa Ieyasu –quien al principio mostró una mayor tolerancia hacia el cristianismo y un gran interés en el comercio y las comunicaciones directas con la Nueva España–, relajó un poco las tensiones entre japoneses y españoles. Se restableció la comunicación entre el shogunato y los gobernadores en las Filipinas y floreció el comercio entre Manila y la región central de Japón. En ese marco tuvo lugar, el 30 de septiembre de 1609, el naufragio del galeón San Francisco frente a las costas japonesas. Sus tripulantes y pasajeros, encabezados por Rodrigo de Vivero y Aberruza, primer conde del Valle de Orizaba, fueron socorridos por la población ribereña (hoy Onjuku, prefectura de Chiba), logrando salvar la vida 317 de los 373 que viajaban.
Rodrigo de Vivero había sido nombrado gobernador interino en las Filipinas en abril de 1608 por su tío, el virrey Luis de Velasco. A la llegada de su sucesor, Juan de Silva, Rodrigo de Vivero salió de Manila rumbo a Acapulco el 25 de julio de 1609, según todas las crónicas un momento tardío para emprender el larguísimo viaje transpacífico, porque a partir de esas fechas empezaba la época de ciclones. Desde el comienzo de su travesía, el San Francisco, que llevaba una carga excesiva, enfrentó tempestades que culminaron en el naufragio y la destrucción total del barco. Aferrados al mástil, las velas, las ventanas, o cualquier pedazo de madera que sirviera para flotar, los sobrevivientes de una muerte segura fueron ayudados por los pescadores de Onjuku a llegar hasta la playa. El señor feudal de la zona instruyó que se les llevase a su castillo en Ohtaki, una población cercana, donde estos novohispanos permanecieron varias semanas, hasta que el shogún dio instrucciones de que fueran trasladados a Edo (Tokio).
Después de presentarse ante Tokugawa Hidetada en Tokio, Vivero prosiguió su viaje a Shizuoka para entrevistarse con su padre, Tokugawa Ieyasu, formalmente retirado, pero que en realidad aún mantenía los hilos del poder. Según su propia narración, desde ese primer encuentro Vivero planteó al shogún los temas que para él eran de mayor interés: libertad de prédica para todas las órdenes religiosas cristianas y expulsión de los holandeses de Japón, porque su presencia en el país constituía una amenaza a los intereses