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Se estudia en este trabajo la influencia que tuvo la figura de Julio César y del ejército romano en la política del Segundo Imperio Francés, durante el cual Napoleón III mostró un gran interés por la figura del dictador romano. Asimismo, se analiza el resultado de las excavaciones realizadas en Alesia entre 1861 y 1867, así como el uso posterior que se realizó por el gobierno francés de las ruinas y de la figura de Vercingetorix, para construir una identidad nacional francesa frente al nacionalismo alemán.Julio César alcanzaría la cima del poder y se convertiría en una de las figuras más importantes de la historia de Roma. Todo ello a pesar de haber nacido hacia el año 100 a. C en el seno de una familia aristocrática que, aunque no había dado a la República grandes hombres, sí la había nutrido de altos funcionarios. Su estirpe no era de las más poderosas y, acomplejados quizá por ello, insistían en remontar sus orígenes a la mismísima diosa Venus.
César fue un mujeriego empedernido que se casó cuatro veces y tuvo decenas de amantes escogidas entre lo más granado de la sociedad romana. Sin duda, los motivos de sus éxitos amatorios radicaron en el poder que fue acumulando, porque no era especialmente agraciado. Su prematura alopecia y, sobre todo, su afán de disimularla peinándose desde atrás, junto con su desmedida afición por las mujeres, eran motivo de chanza entre sus contemporáneos. Bromas que, no obstante, él aceptaba con humor. Sus ataques de epilepsia, que trataba de sufrir con el mayor disimulo, tampoco le ayudaron. Pero ese calvo enfermo y disoluto acabaría siendo el amo de Roma.
La escalera de la ambición
La sociedad en la que creció estaba marcada por las guerras civiles y la dictadura de Sila. En este ambiente, el joven Julio César pronto destacó por su enorme ambición y ganas de llegar más lejos que sus antepasados. Con apenas dieciséis años se embarcó en aventuras militares en Asia. A la vuelta, su matrimonio con la sobrina de Mario, enemigo de Sila, le hace caer en desgracia. Pasa entonces a engrosar la larga lista de los perseguidos por el dictador, encabezada por los poderosos Pompeyo y Craso.
Busto de Pompeyo, ilustre general y miembro, junto con César y Craso, del primer triunvirato. TERCEROS
César accedió a su primer cargo de importancia gracias al dinero que Craso le prestó para los sobornos. Esta práctica de comprar voluntades estaba muy extendida. Gracias al dinero, César fue nombrado gobernador de la Hispania Ulterior. Allí, pasó la mayor parte de su mandato sometiendo a las tribus celtiberas, ampliando su red de contactos con las oligarquías locales y atesorando fama. Pero a pesar de sus éxitos no estaba satisfecho y regresó a la capital para seguir escalando en la política.
Al regresar a Roma, en 60 a. C., el Senado, que desconfiaba de César, obstruyó su ascenso. La institución, controlada por la alta aristocracia, también bloqueaba los proyectos de Pompeyo, ilustre general y poseedor de una notable fortuna, y de Craso, que era el hombre más rico de Roma. Y César aprovechó su oportunidad. Pactó con ambos para que todos consiguieran sus objetivos. Se había constituido el primer triunvirato. Gracias a su nueva alianza, Julio César fue nombrado cónsul y, desde el cargo, no solo se enriqueció, sino que se granjeó el fervor popular impulsando una serie de reformas.
La guerra de las Galias
Pero pese a haber alcanzado la cumbre del poder en Roma, a César le faltaba la gloria militar que le permitiese escalar más alto. Aprovechó una rebelión de la tribu celta de los helvecios para dirigirse el año 58 a.C. más allá de los Apeninos, en calidad de procónsul al mando de cuatro legiones.