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Respuesta:En el transcurso de unas pocas décadas, el mundo ha sido testigo de una revolución tecnológica, lo que ha venido generando cambios económicos y sociales a un ritmo sin precedentes. Hoy en día, una aplicación en su teléfono inteligente puede ayudar a crear conciencia en todo el mundo en torno a una causa social o ayudar a un agricultor a activar el riego para sus cultivos en una zona remota. Sin embargo, no todos los cambios han sido beneficiosos: como se refleja en el Observatorio del Derecho a la Alimentación y la Nutrición de este año, la utilización dominante de las tecnologías está aportando beneficios cuestionables a la justicia social, y más concretamente a la disminución de las tasas de hambre y malnutrición.
La brecha de desigualdad entre los más ricos y los más pobres sigue ampliándose, y solo ocho hombres poseen la misma riqueza que la mitad de la humanidad. Las tasas de hambre y malnutrición han aumentado en los últimos tres años, pasando de 784 millones en 2015 a 821 millones en 2017, y se espera que las cifras sigan esta tendencia, llevándonos a las cifras alarmantes de hace una década. Mientras tanto, los sistemas alimentarios están siendo capturados cada vez en mayor medida por las grandes empresas, que ahora dictan qué y cómo comemos.
En el contexto de esta nueva era de tecnologías emergentes, el Observatorio 2018 destaca que el actual uso y el control de la tecnología son perjudiciales para nuestros derechos humanos, y están teniendo un impacto tremendo sobre los alimentos y los medios para su adquisición:
Los alimentos, componentes clave para la vida, la identidad y las relaciones sociales, se están transformando en una mercancía inmaterial y en una fuente de datos, que abre una caja de Pandora, en lo que a beneficios se refiere, para las corporaciones y las grandes riquezas. Esto, en cambio, está afectando a las comunidades rurales esquilmando sus recursos, está dañando el medio ambiente y empeorando nuestras dietas.
Los actores que promovieron el modelo agroindustrial ahora reconocen su fracaso, pero afirman haber encontrado una "solución innovadora", bajo la llamada Cuarta Revolución Industrial. Esto implica una fusión de tecnologías que está difuminando las líneas entre las esferas física, digital y biológica. En este contexto, estas tres dinámicas entrelazadas caracterizan nuestra era: desmaterialización, digitalización y financiarización.
La desmaterialización de los alimentos promueve la disminución de la sustancia física de los mismos y el aumento del valor de mercado de sus dimensiones inmateriales. Este valor se está volviendo más grande que el valor real de los alimentos, desde el coste de la publicidad, las remuneraciones financieras para los inversionistas, las ganancias en aumento de los grandes canales de distribución y los sofisticados intentos de utilizar la compra de alimentos para recopilar información sobre los consumidores.
La digitalización de los alimentos conduce a un proceso cada vez más automatizado, deslocalizado e informatizado de producción y comercialización de alimentos. Todo esto comienza en el nivel de los insumos agrícolas, con las semillas y otros materiales fitogenéticos transformados en conjuntos de información digitalizados, mientras que los campesinos y campesinas sufren cada vez una mayor criminalización por su intercambio. Esto también se aplica a las personas denominadas "consumidores", que ahora quedan sujetos a mecanismos de recopilación de datos por parte de las corporaciones de la alimentación que emplean algoritmos para clasificarlos y generar ofertas personalizadas en función de los alimentos que consumen. Los criterios que se aplican tienen poco que ver con la prevención de la obesidad, la diabetes y otras enfermedades relacionadas con la alimentación, sino con la obtención de beneficios y el control de la alimentación de las personas.
La financiarización de los alimentos se debe al papel protagonista que desempeñan los mercados financieros a la hora de determinar qué alimentos se producen y cómo se producen. Esta tendencia se manifiesta a través de la especulación con productos financieros vinculados a los alimentos, como la soja, o la inversión de capital en la agricultura, la producción alimenticia, la industria alimentaria y la logística de los alimentos. Esto también impulsa la transformación de los recursos agrícolas, como la tierra, en activos financieros que puedan ser objeto de adquisiciones y reventas con fines lucrativos en los grandes centros financieros internacionales. Sin embargo, las comunidades locales y rurales se han visto desposeídos de estos recursos sin haber sido consultados.
Respuesta:
En el transcurso de unas pocas décadas, el mundo ha sido testigo de una revolución tecnológica, lo que ha venido generando cambios económicos y sociales a un ritmo sin precedentes. Hoy en día, una aplicación en su teléfono inteligente puede ayudar a crear conciencia en todo el mundo en torno a una causa social o ayudar a un agricultor a activar el riego para sus cultivos en una zona remota. Sin embargo, no todos los cambios han sido beneficiosos: como se refleja en el Observatorio del Derecho a la Alimentación y la Nutrición de este año, la utilización dominante de las tecnologías está aportando beneficios cuestionables a la justicia social, y más concretamente a la disminución de las tasas de hambre y malnutrición.
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