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¡Imagínate la lata! Tienes todos los lindes bien marcaditos con unos palitos o unas piedras, para lo cual tuviste que dibujar ángulos rectos con los que delimitar las fértiles propiedades ribereñas del Nilo. Y en estas que va el río (con su exactitud anual) y provoca una crecida que manda al Mediterráneo todas tus sesudas medidas, con sus estacas y sus piedrecillas. Además el faraón anda azuzándote para que crees estructuras geométicas perfectas como las pirámides. Estás en el año 2.000 a.C. y por lo tanto a Pitágoras le falta casi milenio y medio por nacer y regalarnos su archiconocido teorema. Lo único que tienes para rehacer tus cálculos es una larga cuerda. ¿Qué haces?
Cuerda de 12 nudos estirada
Pues no pasa nada, tomas una medida estándar «n» y haces un nudo en la cuerda cuando llegas a ella. Luego repites la operación atando otro nudo cada vez que recorres la distancia «n» elegida. Cuando llegas al nudo número 12 atas los extremos de la cuerda y cortas lo que sobra. Tras eso la cosa es sencillísima. Fijas un nudo al suelo, haces que alguien cuente tres nudos a partir de tu posición y estire la cuerda hasta que quede tensa, y mandas a un tercero que coja la cuerda restante y tire de ella hasta que quede perfectamente tensa por ambos lados a una distancia de cuatro nudos de ti y cinco de tu primer ayudante.
El resultado, como veis en la imagen lateral, es un triángulo rectángulo en el que la hipotenusa mide 5 nudos y cada uno de los catetos 3 y 4 nudos respectivamente (se cumple el famoso teorema porque 5^2 = 4^2 + 3^2).
Así que si te pones a pensar, con la cuerda en la mano y a río pasado deducir el teorema no parecía demasiado complicado, sin restarle méritos al viejo Pitágoras por supuesto