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La crisis, entonces, obviamente no afectó a todos con la misma intensidad, ni fueron dañinas todas sus consecuencias. Además, hacia 1650 la población española -que incluía no únicamente a españoles, sino también a mestizos, mulatos y negros- quizá llegaba a las trescientas mil personas, en comparación a una población indígena que apenas pasaba del millón.
Ciertas cifras relativas al Bajío también indican que el flujo de emigración hacia el norte no se detuvo. El registro de tributarios indígenas en Querétaro aumentó de 600 a 2,000 entre 1644 y 1688, y en la cercana población de Celaya, de 2,148 a 6,419 entre 1657 y 1698.
En la región central de la Nueva España, por consiguiente, la expansión ininterrumpida de la población española, relativamente concentrada en núcleos urbanos, promovió el avance correspondiente de la economía doméstica.
[En contraste] Durante el siglo XVIII la Nueva España experimentó una profunda recuperación económica que tuvo su origen tanto en el renacimiento de la actividad minera como en el continuo aumento de la población.
En términos generales, la población mexicana aumentó de 3 336 000 personas en que se estimó en 1742 a cerca de 6 122 000 en 1810. Casi todas las razas que habitaban la colonia se reprodujeron más o menos con el mismo ritmo. En los dos años que se han citado, los indígenas formaban el 60 por 100 de la población y los cálculos sobre cómo se componía el resto son algo variables. Los <<españoles>> eran el 11 por 100 en 1742 y el 18 por 100 en 1810. Mestizos y mulatos, contados en conjunto bajo la denominación de castas, ascendían al resto, es decir, el 22 por 100. Estas proporciones raciales representaban promedios nacionales, no regionales, ya que mientras más al sur se iba, se encontraban más indígenas, mientas que en el norte el grupo hispánico seguramente predominaba.