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Los latidos fuertes de su corazón no la dejaban respirar, bajo la sombra de su mente se escuchaba gritar —¡Ayuda! —pero la espera la ahogaba.
Nadie llegaba y el sudor de su frente era lo único que la acompañaba, las personas le decía, —Tranquila, son solo mareos, puedes controlarte— pero su corazón seguía saliendo de su pecho y pensaba que se iría en algún instante, que acompañaría en el cielo a las estrellas brillantes.
Cerró los ojos por ultima vez, tragando su sed, llegó la ayuda y dijo —Estoy bien —era el doctor envolviendola en sus brazos y trayéndole la cura de su miedo.
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