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Las civilizaciones más antiguas se basaban en la observación del cielo y las estrellas para contar el tiempo, aunque no era un método exacto. La posición de los planetas y las fases de la Luna se convirtieron en la referencia: cuando la Luna retornaba a la fase inicial de su órbita, el mes había terminado.
El calendario más antiguo del que se tiene conocimiento está en Aberdeenshire (Escocia) y data del 8.000 a.C. Se trata de un monumento del Monolítico compuesto por 12 piedras que marcan la posición de la luna a lo largo del un año.
Algunas culturas incluyeron también el paso de las estaciones y las observaciones solares: eso dio origen a los calendarios lunisolares. Los sumerios y los babilonios fueron los pioneros en crear este tipo de calendarios hace 5.000 años en la región de Mesopotamia (actual Oriente Medio).
Los sumerios dividieron el año en doce ciclos lunares, aunque este tiempo no coincidía con el año solar (que era más largo). Así que añadían un mes cada cuatro años para compensar. Más tarde, los babilonios fraccionaron el día en 24 horas y la hora en 60 minutos.
El calendario sumerio inspiró el calendario de otras civilizaciones como los hebreos, los antiguos egipcios y los griegos clásicos.
Por su parte, los primeros calendarios solares aparecieron en Egipto hace 3.000 años. Los astrónomos y matemáticos egipcios descubrieron que el año duraba 365 días, dividieron el calendario en 12 meses de 30 días cada uno y tomaron festivos los 5 días que sobraban cada año.
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