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Los diversos acontecimientos por los que se enfrentan los pueblos de indios de las Huastecas en el periodo colonial tardío, nos permite entender a los actores sociales dentro del concepto de “pueblo” como una producción cultural que involucra construcciones y organizaciones de diferencias de acuerdo con dimensiones de género, generación, “raza”, “etnicidad” y posición social, pero en combinación, esto, que podríamos decir o describir como una especie de etnografía histórica, con el análisis historiográfico de tendencias y cambios en el campo social de cada pueblo debe de ser entendido desde una perspectiva de larga duración. En este sentido las resistencias y adaptaciones se dan cuando las rupturas en un marco de discurso involucran la defensa de los recursos, sean naturales, simbólicos o materiales.
Algo que se debe de resaltar desde el análisis de lo acontecido en la insurgencia-independencia es que debemos de ir descartando la noción de “pueblo” como un actor colectivo, que oculta las relaciones de poder a su interior. En varios de los llamados pueblos de indios encontramos núcleos importantes de no indígenas, y en varios casos las divisiones entre los indígenas y quienes no lo son, son porosas, y en donde las alianzas externas fueron efímeras y complejas, pero donde los indígenas no fueron unos aliados manipulados ni pasivos, sino al contrario manifestaron y lograron que muchas de sus posiciones fueran consideradas en los momentos de las negociaciones, ya sea con las autoridades o con los grupos de poder que se fueron conformando históricamente. Que quiero decir con esto. No cabe duda que las identidades locales en las Huastecas predominaban en el sentido de ser indígena en el siglo XVIII y principios del siguiente, las sociedades indígenas cada vez más se enfrentaban a la distinción producida por los cambios de significación de la categoría difusa del mestizaje. Más allá de la vieja distinción entre “naturales/indios” y “gente de razón”, cada vez más la distinción esta reconformándose como la base de una noción implícita de “blanqueamiento como progreso” que se expresaría con mayor peso por su transformación hacia la formulación cultural, “la mexicanización del indio”, por decirlo de alguna manera y que verá su máximo cenit en las primeras décadas del siglo XX. Por los énfasis sobre la transformación de las relaciones sociales de propiedad y del papel de individuo como garante de las instituciones, el proyecto o los proyectos independentistas no expresaron una lógica de revolución cultural sino que se dieron hasta lo que se ha considerado como el triunfo histórico del autoritarismo mestizo mexicano en el siglo pasado, que se expresó de una manera coherente y sistemática.
Sin embargo, no hay que dejar de lado que el lugar más importante para el desarrollo de la vida política, religiosa y comunal para un poco más de tres millones de indígenas tributarios en la Nueva España fueron los pueblos, aunque no podemos descartar aquellos que vivían en las propiedades privadas y que paulatinamente las generaciones subsiguientes se fueron desligando de las identidades pueblerinas.